FERMÍN
ángel Saiz Mora
Guiña un ojo al santo, para eso son tocayos, mejor que repetir él solo la plegaria tres veces, bajo la hornacina. Comienza a trotar por la cuesta de Santo Domingo.
La velocidad casi le hace derrapar en la curva de Mercaderes. La calle Estafeta es testigo de su fatiga, pero no reduce el ritmo. Enfila el tramo de Telefónica y el callejón hasta la plaza de toros.
No es fácil hacer deporte con una mascarilla confeccionada con su pañuelo rojo, pero nunca es sencillo lo que merece la pena. El joven, concluido su breve ejercicio diario a las ocho de la mañana, deja de evocar el encierro para regresar al otro, el de su habitación, Deja atrás el casco viejo, casi vacío. Sabe que ha asumido un riesgo, ante una criatura que no da la cara, que impide los abrazos y las fiestas, mucho más cobarde que los nobles astados.
Su carrera, de apenas tres minutos, no ha sido muy vistosa, pero sirve para despejarle. Sabe que la importante es la otra, su grado en Química. Lleno de motivación, vuelve a preparar los exámenes finales de forma online. Algún día combatirá al enemigo invisible y a los que puedan venir desde un laboratorio.
CHARLA AL FINAL DE LA TARDE
Ana Luiza De Azevedo Roig
El mundo se acabó
Pero los toros todavía corren por las calles.