GRAN FINAL
Antonio Moro Hinojosa
Jamás pensé que un antitaurino como yo, estuviera de pronto a unos centímetros, de recibir una cornada, llegue a Pamplona con un amigo, no voy a negarlo, al poco de llegar, ya me sentía… no sé, cómo en casa, aquella ciudad, aquella gente, se te metía hasta el alma, todos me decían, ¡esto no es nada!, tienes que ir al encierro, vivirlo desde dentro, sentirlo, yo asentía con la cabeza, pero no pensaba ir, conocíamos a unos de aquí, después a gente de allá, daba igual, todos parecíamos del mismo barrio, gente que no hablaba español, diciéndome, que viviera él encierro, cabían todos, chicos, chicas, de cualquier inclinación sexual, incluso alguna transxesual, de la que, intentaba alejarme, tanto como de los toros, el caso es que de pronto me vi corriendo, delante de aquellos bichos, pero un novato como yo…, tropecé y en vez de quedarme inmóvil, me quise levantar, cuando giré la cara… ese toro a solo unos centímetros de mi, cerré los ojos esperando lo peor, pero aquella chica transxesual que desprecié, me salvó, tiro de mí y me apartó de aquel toro, que siguió, su camino, solo me vinieron a la cabeza cinco palabras, adiós prejuicios hola san Fermín
EL POSTE 66
Pilar Fernández Larrea
Vive cerca del río, agazapado entre tantos. En otoño se desnudan los árboles, solo madera. En invierno la humedad que le envuelve heladora cala el alma; la primavera se presenta de cuerpo entero con las brisas que conducen las voces de los paseantes, conversaciones que sueñan la fiesta. Algo pasó este año, que las voces se encogieron. En el ocaso de los días más largos se abre la puerta. Solo es una vez, pero le gustaría quedarse, discreto. Son ocho días anclado al adoquín rotundo de la ciudad, amarrado a sus hermanos. Le podría haber tocado la sonora Estafeta, la engalanada plaza, los metros veloces de Santo Domingo. No. Siempre en la curva. Es ella la que trastoca la carrera impoluta de los bureles. Ella. Pero llaman maldito al poste 66. Colocan flores cada 10 de julio por quien dejó su vida allí. Soporta la embestida de morlacos que enhebran a corredores quebradizos. Ya le gustaría pedirles credenciales, como si un Miura te aborda en la calle Salsipuedes. Segundos indómitos que querría borrar. Está contento en 2020. Se quedará en la Rochapea. Descansará abrazado en un verano extraño. Pero tal vez eche de menos la curva de Telefónica.