XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EL RITUAL

Beatriz Fernández Pérez

El despertador suena a las 8. Me levanto de la cama con más energía de la habitual y entro en la ducha. Me pongo con cuidado la ropa preparada el día anterior, cuidando los detalles como si fuese la primera vez que la visto. No lo es. Pero siempre lo parece.
Ya en la cocina, empiezo a preparar todo. Llaman al timbre. Ya llegan. Los nervios se mezclan con el hambre y con las ganas de beberme un kalimotxo bien fresquito. El mejor desayuno del año está al caer. Dan las 9 y ya estamos todos, sentados alrededor de una mesa en mi jardín. Suena música de fondo para ambientar. Bien de pan para mojar en los huevos, la chistorra en su punto y jamón del bueno. Este año lo merece. Como siempre. Como nunca.
Maite recuerda lo mal que almorzamos el año pasado. Ainhoa tira el kalimotxo de Iker encima de su camiseta. Jon dice “quedan inaugurados los Sanfermines 2020”. Reímos. Me levanto despacio, mirándoles. Me desanudo el pañuelo que llevo en la muñeca desde las 8.10 y lo pongo en alto, formando un triángulo, como un ritual que venimos ensayando durante toda la vida. Todos me imitan. Ya son las 12.
 

COSAS ROJAS

Marcos Pérez Barreiro

Había regresado a este lado del mundo, con la firme convicción de haberlo visto todo. Incluso, aquello que transcurría abiertamente en el interior de las cosas. Las que, vestidas de blanco y atadas con un pañuelo rojo, decían mucho. Algunas, incluso ciertas. Ya que hablaban de alegría, diversión y un entusiasmo juvenil por intentar pasarlo bien. Tanto que, la exageración de las cosas rojas al narrarlo, se saltaba las pautas básicas de verbo, sujeto y predicado. Pasaban directamente a hablar de las personas y del animal, el toro, y de sus fastuosas consecuencias. Esas por el que las cosas estaban locas de encanto. No cabía un ápice de felicidad más, en su amplio interior. El que, al darse la vuelta, pertenecía a la naturaleza de los pañuelos rojos deslumbrantes. Eran los ambages auténticos de una fiesta que continuaba cuando tú ya te habías ido, dejando las cosas en su lugar adecuado. Es decir, en el lado externo del otro lado del mundo. El que elabora cosas rojas cuando la situación perfecta así lo requiere. Cuando la mirada, el cuento empieza al volver a divisar tu primer regreso de San Fermín. Éste y aquel. Aquel y éste.