EL VENTRÍLOCUO
Ricardo Labrador Herrezuelo
Los indómitos adoquines de la curva de Mercaderes sumaron una victoria más. Entrevió acercarse dos pitones tatuados en un hocico embozado.
—¡Pobre de mí!
—Levántese amigo —dijo el ventrílocuo tendiéndole una mano—. Ya falta menos.
FIESTA
Danilo Felipe Diaz Rodríguez
Jake Barnes debía sentirse infeliz. El escritor le ha asignado un papel de lágrimas en la novela. Al final de la historia, atrapado en su incapacidad sexual, no es otra cosa que el observador pasivo de los romances de su ex mujer. Sin embargo, parece dichoso. De cierto modo, es una suerte que a Ernest se le haya ocurrido lo del viaje a Pamplona, no solo por la comida, las personas y el paisaje. También por los Sanfermines. A Jake Barnes le fascina el encierro; la osadía de la gente ante el desenfreno de los toros; la magia de una fiesta brava a la que ahora se entrega en la plaza, inmerso en la muchedumbre, buscando un sitio de preferencia entre los corredores que colman el ruedo. Nada tiene que envidiarle al escritor hedonista, y tampoco al torero vanidoso del que ella se ha enamorado perdidamente. Pronto soltarán las vaquillas. Él está en primera fila; ya percibe los efectos de la descarga hormonal… Se siente hombre otra vez.