XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


ENTONCES…SAN FERMÍN

Ignacio Antonio Cía Gironés

Eugenia y Casimiro subieron a Pamplona para casarse al amparo del capotico de San Fermín, vestidos del color con que la época pintaba el futuro. Entonces entrecruzaron sus manos y dibujaron sus blancas sonrisas en la fotografía de posado que iluminó la estancia a lo largo de los años.
Empezaron a habitar las calles de la vida ordinaria, haciendo de cada siete de julio un día extraordinario. Con la ropa de un blanco planchado de esfuerzo y trabajo, el pañuelico anudado, en medio del jolgorio esperando al santo.
Tras el paso acompasado, ese momento, donde las voces se funden con las almas, la emoción y el estruendo del silencio…
…Y después el vermutico con los fritos, en una mesa que se amplió con hijos y nietos. El mayor regalo.
La vida la vivieron haciendo lo que había que hacer, como la paz plena que queda después de un suspiro.
En la Casa número Uno de la Vuelta del Castillo, entrelazadas sus manos miran los álamos donde se pasean los sueños y el Cielo se abre a un azul especial, él le dice,
No te da pena no ver la procesión y Eugenia susurrando contesta,
Desde Entonces… todos los días han sido San Fermín.
 

GORA SAN FERMÍN

Claudio Rodal Tenorio

Mi abuelo y los Sanfermines, los Sanfermines y mi abuelo. Quizás se trata de una de las mayores historias de amor jamás contada entre una persona y una tradición cultural. El caso es que mi abuelo pasaba el año entero esperando esta fiesta y, una vez que éste pasaba, solía decir, “faltan 11 meses y no sé cuantos días para los Sanfermines”. Vivía por y para ellos. Sinceramente nunca entendí su pasión desmedida, pero sí su gusto, ya que le viene de una larga generación que tiene esta festividad por bandera.

El caso es que recién cumplidos los ochenta, a mi abuelo le atacó el maldito Alzheimer y fue progresivamente olvidando las cosas. Empezó por despistes cotidianos, siguió por no reconocer a los conocidos y acabó por no reconocernos a nosotros, incluido al otro gran amor de su vida además de los Sanfermines, la abuela. Pero lo curioso aquí, es que jamás pierde la cuenta de los días que faltan para su fiesta. El médico no le encuentra ninguna explicación, pero sucede. Y cada 7 de Julio, pasados ya seis años desde que se le detectó el Alzheimer se sigue escuchando su grito predilecto: GORA SAN FERMÍN.