SIENTO UN HORMIGUEO
Amaia Ambustegui Lapuerta
“¿Por dónde vamos ahora?” Habían dejado atrás una pronunciada cuesta, y el camino torcía ligeramente a la izquierda hacia una plaza desierta, tan desierta como todo lo recorrido desde que partieron. El silencio era avasallador; la reina tenía razón y la suya había sido una gran idea: aquella era la mejor época para hacer esa excursión. Llevaban años planeándola, fue siempre su ilusión, pero los riesgos eran grandes. No podían exponerse a perder efectivos, ya que siempre había sido una zona muy concurrida. Hacerlo de noche tampoco era una opción. Así que ahí estaban, cumpliendo un sueño, y juntas como la gran familia que eran. En cabeza, la reina las guiaba. Ni siquiera ella sabía por qué, de repente, ningún zapato amenazaba con acabar con la colonia. Era como si los humanos hubieran caído en un sueño eterno como el de la princesa del cuento.
“Ya estamos en la curva de Mercaderes”, anunció la reina. Las hormigas sonrieron y gritaron al unísono: ¡Ya falta menos!
ENCIERRO DE MANOS LIMPIAS
Soraya Geijo Uribe
Cada día se levanta y se ajusta el cinturón de su bata como se fajaba para los encierros. Se lava las manos y empieza su peregrinaje alborotado por el pasillo al mismo ritmo que su vecino, corredor como él, su ángel guardián aquel día ya lejano que el toro decidió encararlo. Al acabar se lava las manos y, con su pericia de sastre de toda la vida, va cortando la tela de la que le van naciendo mascarillas con cintas rojas, su particular homenaje a San Fermín. Se vuelve a lavar las manos y se aventura escaleras abajo hasta la farmacia de la esquina. Al llegar, otro lavado de manos antes de lanzarse sobre su móvil para saber de los suyos. Ya a las ocho, con las manos bien lavadas de nuevo, que no decaiga la dermatitis: aplausos compartidos. ¡Ya falta menos!