¡YA FALTA MENOS!
Mar Suárez Sanabria
El cuatro de abril de aquel aciago año me puse el “pañuelico” rojo. Tenía donde elegir. El de la peña “El Bronce”, el del simpar caravinagre o el de San Fermín. Me lavé las manos y me decanté por el de mi querido San Fermín. Y creo que hasta recé. Me senté y descorché una botella de crianza, hice bailar el vino dentro de mi copa, un granate intenso y su olor a café y almendras me atraparon, despacio, muy despacio lo ataqué, entre ácido y dulce, pensé. Juguetón siguió con su danza dentro de mi boca para resbalar por mi garganta. Pura seda. Me tome mi tiempo. Sin prisa. No tenía ninguna prisa. Recuerdo, como olvidarlo, que en la radio sonaba la canción de Juanes, Juntos, que cantaba“…no siempre entiendo el presente pero le busco salida…”. Inolvidable, tan inolvidable como aquella “escalera”.
Y hoy cuatro de abril, sentada en la villavesa, con mi “pañuelico” rojo al cuello, entre las risas de los niños, los besos de una pareja de jóvenes, la charla animada de dos mujeres de pelo blanco y las conversaciones que se entremezclan de los móviles, sé que todo va a ir bien, muy bien.
Firmado. El Mañana.
EL CHUPINAZO MÁS ESPERADO.
Carlos Guzmán Pérez
No recordaba la última mirada, la última sonrisa, el último abrazo, el último beso… Pero todo ya daba igual. Por fin aquella interminable espera había terminado.
Tras más de un centenar de agónicos días, la victoria contra aquel maldito bicho se consumaba. ¿Y qué mejor manera de celebrarlo que disfrutando de las mejores fiestas del mundo?
Nadie en la ciudad se lo podía creer aun. ¡Acabar el confinamiento un cinco de julio! -Si esto no es un capotico del Santo…-pensó.
Hasta los más optimistas daban por perdidos los Sanfermines de aquel año, manteniendo la ilusión en el mejor de los casos de recuperarlos a mediados de septiembre. Pero no, tras aquella rueda de prensa del Presidente en la que ratificaba los últimos quince días de confinamiento, de inmediato el Alcalde se apresuró a confirmar que la celebración de las fiestas se mantenía en su fecha habitual.
Un fuerte empujón de aquella vibrante marea blanca que reventaba la Plaza del Ayuntamiento le sobresaltó y devolvió de su pensamiento. El cohete lanzado por aquella representación de los héroes y heroínas que habían ganado aquella larga batalla surcaba ya los cielos de la ciudad y explotaba desbordando la alegría popular.
Ahora sí, ¡ya no faltaba nada!