Certamen Escalera Edición 4º peldaño


EL PÁJARO DE MADERA

Marta Finazzi Martínez

Érase una vez una ciudad que era un laberinto de escaleras donde las piedras y los ladrillos eran peldaños que subían y bajaban en lo que no eran más que montes urbanos. En el horizonte, solo estaba el cielo fumando los sueños de las chimeneas que copaban aquel rinconcito de mundo. Y allí vivía yo, en mi casita azul de un barrio donde ya quedábamos pocos porque era el único donde las escaleras aún eran de madera. Casi todos se fueron atraídos por el metal como si fuese un imán, pero yo sigo aquí. Aún sabiendo que mi hogar puede quemarse, cada día me deslizo por las barandillas de mi barrio. Y lo hago con una sonrisa en mi corazón de guerrero porque los luchadores siempre resisten y persisten, renaciendo de la nada cuando todo se desmorona. En mi ciudad de las alturas, la vida es una cima y un valle, como un bosque de árboles con las ramas rebosando de pájaros humanos. Pero cuando me faltan el aliento y la poesía, nunca me rindo. Solamente despliego las alas de la libertad, que a mi me huele a madera, y recito en voz alta: «sigue volando, que ya falta menos».
 

LA FICHA VERDE.

José Oscar Rodríguez Zarraluqui

Aburrida como estaba, me distraía del juego mirando el precioso paisaje que transcurría difuminado por los amplios ventanales.
Mi acompañante sacudió el cubilete y tiró el dado. Arrastró, observándome con malicia, la ficha roja por las casillas correspondientes, hasta dejarla inmóvil. Le faltaba tiempo para aprovecharse de mis continuos despistes y de mi bendita inocencia. El muy presumido creía que tenia, por ser unos años mayor que yo, suficiente derecho para hacerme trampas. Corría por sus venas la seguridad de que ganaría esa partida y se burlaría de mí, mostrándome su, tantas veces ensayada, cara de payaso.
Cuando, sin ningún miramiento, iba a comerse mi última ficha, el silbato del tren emitió un potente sonido. Nos disponíamos a atravesar un largo y oscuro túnel, sumidos en el más absoluto silencio.
Apenas nos faltaban escasos metros para llegar al final. La luminosidad se iba mostrando paulatinamente sobre las paredes rocosas situadas en los laterales de aquel enorme agujero. A su vez, las pupilas de mi hermano, llenas de asombro, comenzaron a contraerse. Observaron como todas mis fichas habían llegado a un triangulo verde, situado en el centro del tablero. Solamente entonces, “bicho”, como yo le llamaba, entendió que le había ganado la partida.