SOL, YOGA Y BALCÓN
Paola Ruiz
-Como no se haya dado crema de sol, mañana se va a acordar-, pensó.
Con las piernas estiradas, las gafas de sol y una gorra de CajaNavarra, el vecino del cuarto del bloque de enfrente se había montado su chiringuito en el balcón. De vez en cuando alargaba la mano para coger la cerveza y un puñado de patatas fritas. Así se pasaba los mediodías soleados.
La señora Carmen, la del segundo, miraba tres veces al día sus plantas. Antes ni las regaba, pero ahora yo creo que las aguachina. Las mira y hay veces que incluso les habla.
A los del tercero se les estaba quedando la casa pequeña. De vez en cuando la madre salía a hacer yogar, pero sino era el hijo mayor, era el pequeño quien le reclamaba su atención. A los del primero era la primera vez, desde que empezó la cuarentena, que les veía. Se sentaban con el ordenador. Teletrabajo le llaman.
-Rex, vamos, corre, vamos a la calle.
Era la cuarta vez que me sacaban hoy. Quité la cabeza de entre los barrotes y me metí sin mucha gana en casa.
-Tercera semana. Ya falta menos, dijeron en la radio antes de salir al descansillo.
Ojalá.
CIERZO DE ESPERANZA
Arturo Navallas Rebolé
Esta mañana me he despertado como todos los días pero algo flota en el ambiente que condiciona mi optimismo. Entre las líneas transparentes de mi persiana no se perciben los naranjas y amarillos tenues que borran imparables los negros, plagados de los sueños de ayer.
¿Será esa niebla gris la que no deja asomarse al sol por mi ventana?
No voy a permitir que me robe la ilusión de avanzar en el nuevo día. Subo a la azotea y reclamo al viento que sople con fuerza para liberar los rayos de vida; grito al cierzo primaveral que sacuda esas gotitas que me están impregnando sin yo querer.
El cierzo aprieta y la capa de algodón se va convirtiendo en espuma ligera y transparente. Las líneas del horizonte se empiezan a vislumbrar y cada vez falta menos para que los verdes oscuros del arbolado vayan tornando a claros, los almendros muestren su altanería floral y los cerezos se apunten también al festín de la alegría, ya falta menos, qué bien.
Oigo el aleteo de las aves que retornan cargadas de esperanza hacia un tiempo mejor y me siento confiado porque lo que llegó sin pedir desaparece con su ayuda y mi paciencia.