¡ANIMO FERMINA!
Mº Carmen Oliver Abadías
Soy mujer y como tal sufro las contrariedades y contradicciones propias de mi sexo. A menudo me pregunto, “¿Por qué tanto interés en las Fiestas de Pamplona, pequeña? ¿Porqué esa ceguera, si en realidad no están hechas para el disfrute de las mujeres?”
Pues os lo diré, el atractivo radica en admirar y aplaudir, en el microcosmos que formamos, las muestras de estupidez supina con que obsequiamos al resto de los mortales. Erigen los amantes de la fiesta, al correr delante de los toros, en una amalgama de arte, valor y técnica. Me asombro y lo festejo con ellos.
Así lo viven millares de personas, quizás millones. Son las que durante el año al terminar la jornada piensan, “Ya falta menos”.
Esta primavera, soy yo, enjuta y descolorida, con anulada capacidad de divertimento, la que me he puesto delante del toro, de miles de cuernos punzantes, a ejercitar el arte de la supervivencia.
Aquí brego, practicando mi técnica de respiraciones y mi valor para sortearlo. A mi lado los toreros habituales, que estos días parecen haber atravesado una nueva dimensión, y desde su labor entregada y medicinal, me abrazan en el aire con un “¡Animo Fémina, ya falta menos para San Fermín!
EL PALOMO COJO, VUELA DE NUEVO
Txema Lorea Martinez
Volaba atónito, el palomo cojo. Entre las calles y plazas de una Iruña vacía.
Estaba resultando difícil encontrar algo que llevarse al pico, sin aquellas personas mayores, que cada día dejaban panes y migas para ellas por los rincones.
Los días pasaban lentamente sin el bullicio de los niños en los patios de los colegios, donde tantos veces, sus bocadillos, eran su desayuno o almuerzo.
Alargaba perezoso el mediodía, tomando el sol en la plaza del Castillo. Sin que nadie le espantase.
Recordaba aún con miedo, aquel fatídico día 6, en el que el cohete de fiestas le estalló en el pecho, dejándolo maltrecho. Habían pasado 9 meses y aún le dolían las pechugas.
Subió volando por encima del Palacio y se dejó llevar por el aire, del Labrit hacia el río. Buscando en la Magdalena, alguna lechuga que picotear.
Retomó el vuelo y pasando sobre la muralla, atravesó el casco viejo y San Lorenzo y de allí a la Taconera. Nadie, ninguna persona.
Eran las ocho de la tarde, cuando comenzó el estruendo de aplausos y sirenas. Allí estaban, como cada día desde que había empezado aquello. Y gritaban “¡¡Ya falta menos, ya falta menos!!”