EL CAMINO DE UNOS CUERNOS
Antonia Bueno Mingallón
La calle se hace alarido con ribetes de sangre. Todo Pamplona queda en suspenso. No hay duda, viene a por mí.
Le miro fijamente. Él me devuelve la mirada, sus ojos negros en mis ojos verdes. Esboza una mueca torcida y arranca. Los cuernos decididos abren el camino. Sonrío. El morlaco también, mientras corre sin sosiego en busca de su destino. O sea, yo.
Mis amigos llevan años mareándome con la matraca de los Sanfermines. Que si son alucinantes, que no puedes perdértelos, que tienes que verlos. Así que, al fin, me he decidido. Y tengo que reconocer que llevaban razón.
La sangre galopa frenética por mis venas, el corazón bombea ansioso…
Me como la última palomita. La película está a punto de terminar. Lo sé porque estuve ayer. Necesitaba sentir otra vez la Fiesta, experimentar una vez más la embestida desde el lienzo gigante. Sí, lo confieso. Llevo un mes viniendo a verla.
¿Por qué ahora esta punzada en mitad del pecho?
Pegado a mí, resoplando ya en mi rostro, el morlaco se ríe enseñando su dentadura podrida. Los cuernos han alcanzado su objetivo.
Mira que se lo dije a mis amigos. Esto del cine es un deporte de alto riesgo.
NUESTROS QUERIDOS ANCIANOS
Carlos Sanz Matesanz
Corría el rumor de que este año ningún toro iba a ir a Pamplona. «San Fermín se ha suspendido», decían los más ancianos. De hecho, alguno de los veteranos lloró al creérselo y pensar que, por edad, no llegaría al próximo año en plena forma. Otros, los novillos, directamente no lo creímos. Vivíamos en una época de muchos bulos y noticas falsas, como que los humanos estaban siendo atacados y vencidos por un ejército de seres muchísimo más pequeños que nosotros. Sí, sí… Claro… ¿Quién iba a creer semejante historia? La mayoría pensamos que eran palabrerías de viejos toros que se aburrían o estaban seniles.
Sin embargo, todo se confirmó. Los toros ancianos tuvieron razón.
Cuando advirtieron que habría que tomar medidas porque el ejército que casi vence a los humanos podría mutar y atacar a los animales que se aproximaran a ellos, todos les creímos.
Cada vez que veíamos a un ganadero sin mascarilla se iniciaba nuestro particular San Fermín. Adquiríamos el papel de mozos y corríamos delante de los inapreciables seres que pudiera traer consigo. No sabíamos la distancia mínima de seguridad, pero cuanto más lejos, mejor. Debíamos protegernos con un solo objetivo: llegar al especial San Fermín del año que viene.