BALCONES OLVIDADOS
Aurora Rapún Mombiela
Llevo un tiempo algo confuso. Puede que sea por la edad, ya tengo unos años y uno no es lo que era. Siento que las cosas no son como tendrían que ser. Puede que ande equivocado de fechas, pero echo de menos las aglomeraciones, los pisotones, el suelo lleno de manchas con olor a potingue de farra, los empujones, la presencia inmensa de los toros al aparecer tras la curva. Y yo, que estoy acostumbrado al bullicio, a soportar el peso, los gritos y los aplausos, me siento vacío y extraño.
Mi barandilla contempla la calle solitaria y me pregunta <<¿cuándo llegan?>>, pero solo recibe mi perplejidad por respuesta.
TRANSMIGRACIÓN
Valentín García Valledor
Nunca he dicho nada a nadie, pero cuando llegan estas fechas de julio me entra un intenso dolor de cabeza, hasta el punto que me salen dos protuberancias en la frente.
Nunca he contado la causa del prodigio, porque pensarían que estoy loco; así que digo que no me apetece salir, me vendo la cabeza y me quedo en casa viendo las carreras por la tele.
Sin poder evitarlo, resguardado en mi sillón, regreso a aquel fatídico día en que, al final de la cuesta de Santo Domingo, de improviso, mi cuerpo se estampó contra una pared.
Me contaron que todos temieron por mi vida hasta que horas después desperté sin más y que el toro que me embistió de modo sorpresivo, como dotado de inteligencia, pilló a un montón de mozos e hizo que su entrada en el toril fuera la más larga de los sanfermines.
Y he aquí mi gran secreto: nadie sabe que, desde el momento del impacto, pude verlo todo a través de los ojos del bicho y seleccioné a cada una de mis víctimas.
Si alguien se informa sobre la hora exacta de mi súbito despertar verá que coincide con el último aliento de aquel ‘minotauro’ en la plaza.