XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


UNA SEMANA, TODA UNA VIDA

Margarita Del Brezo

Cuando llegué a Pamplona la ciudad era un hervidero de gente. No necesitarás mucha ropa, me dijo unos días antes por teléfono. Mila y yo habíamos compartido piso y libros de texto en Salamanca y para celebrar nuestra recién estrenada licenciatura, me invitó a conocer los sanfermines. Me recibió con un abrazo que olía a bienvenida; después avanzamos a contracorriente por unas aceras atiborradas y, tras vestirme de blanco y anudarme el pañuelo rojo, corrimos para llegar a tiempo de ver el chupinazo. La alegría ensordecedora de la plaza me atrapó en el acto. En medio de esa multitud era imposible sentirse extraña.
Por la tarde, tartera en mano, fuimos a la plaza de toros. Dos filas más atrás estaba él. Lo vi al girarme en busca del que me había golpeado el hombro con una aceituna. Volví a verlo al día siguiente, justo cuando salía el último toro de la tarde y el sol perdía el resuello. El tercer día intercambiamos tímidas frases en la entrada. El cuarto se sentó a mi lado. El quinto quedamos para cenar. El sexto nos cogimos de la mano. Y el séptimo decidimos que nuestro primer hijo se llamaría Fermín.
Hoy corre el encierro por primera vez.
 

ÉPICA DE SAN FERMÍN

Luis Alberto Alfaro Vega

ÉPICA DE SAN FERMÍN

Lo sacudió el espasmo de una fiebre que lo condujo al delirio de creer que su propio ser era un embuste, y que la ley natural que lo conceptualiza como homo sapiens, no es más que el proceso Kafkiano que transformó su cuerpo perfecto, en un toro de lidia, iconografía ridícula que se muestra en el espejo como un enorme bulto peludo, con cuatro patas, una cola extensa y dos afilados cuernos que le salen de la cabeza. En su fiebre no aceptó el subterfugio de su mente, creyéndolo una evasiva estratagema para evitar correr la efeméride de los sanfermines. Y con la cabeza envistió el espejo, hasta hacerlo añicos.