XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


VOLVER A VIVIR

Irene Reina Berrueta

Son nuestros primeros Sanfermines sin Antxon, el probre se nos había ido hacía tres meses a la tierna edad de 78 años.
Toda la cuadrilla está presente y más que dispuesta a seguir las directrices que el difunto nos ha dejado para que estas primeras fiestas sin él sean inolvidables.
Punto número uno: correr el tramo de la cuesta de Santo Domingo en el primer encierro.
Punto número dos: marcarse unos pasodobles con alguna jovenzuela en la corrida de aquella tarde.
Punto número tres: cogerse una cogorza como en los buenos tiempos en la calle Roncesvalles.
Punto número cuatro: aguantar hasta el final de los fuegos artificiales por lo menos una noche.
Así que aquí estamos, cinco vejestorios con sus cachabas corriendo como caracoles detrás, y no delante, de los toros junto a los gritos de ánimo de los parroquianos. Bailando pasodobles con chiquillas de veinte años que apenas nos siguen el ritmo. Tomando kalimotxos, la bebida favorita de Antxon, hasta terminar borrachos perdidos.
Y viendo cómo los fuegos artificiales explotan en el cielo, allí desde donde Antxon nos mira y sonríe, contento de que estas fiestas y el homenaje a su memoria nos hayan devuelto la juventud que creíamos haber perdido.

 

SUEÑO DE SAN FERMINES

álvaro Calcedo Riveiro

El toro se movía como si fuese tinta viva, traída por la tracción. Una mancha negra, seguida de por una legión.
La gente que colgaba de los balcones, armaba un griterío:

– ¡Venga, ya salen!

Me sentí lenta, como si una correa me atara a tierra los tobillos.

Me pregunté “¿para qué habré venido?” Es uno de esos instantes en los que la cabeza se deja llevar por un oleaje de remordimientos. Lo más normal – piensas- es que sea un sueño. Pero no, ahí estás, frente una bestia que te quintuplica en peso. “Despierta”.

El tiempo corre a su tempo. Con la palpitación del momento. Saboreas los segundos y el miedo deja paso al ruedo.
De pronto, todos a una, despegamos los pies del suelo. Vomitas adrenalina. No es una carrera, pero quieres acabar primero.
Miras a tu alrededor; ves dos colores. El aire que respiras se denso. Es el aliento de gigante. La fricción que genera un meteorito.

Eso son los San Fermines. Una antorcha que te guía, que te anima a seguir luchando, que te recuerda para qué has trabajado tanto. Un sueño irresistible al que volver año tras año; con amigos, con familia y con otros corredores extraños.