NACIDA PARA ELLAS
Eider Barandiaran Gallego
Nací un seis de julio, tan puntual como el chupinazo. Mi padre, que siempre ha sido navarro de buen humor, me hizo creer que toda aquella gente se reunía durante ocho días para celebrar mi cumpleaños. Yo, que siempre he adorado a mi padre, creí aquello durante muchos años. Pero como a todos, con la edad aquella inocencia se desvaneció y me convertí en una de esas adolescentes de emoción infantil; me mordía las uñas más de lo debido el día cinco, se me erizaba la piel con el encierro y lloraba desconsoladamente durante el pobre de mí.
Sentí durante años que la fiesta era para mí.
Cuando las idas y venidas de la vida me hicieron cruzar al otro lado del charco todo aquello se convirtió en un lejano recuerdo. No fue hasta años después, tras una llamada de voz familiar y un avión de última hora, que regresé para mimetizarme entre la marea blanquirroja de nuevo. Y fue allí, mientras de fondo la txaranga de alguna peña entonaba el cumpleaños feliz para alguien que no era yo, cuando sentí la mano de mi padre en la mía y volví a tener la inocente sensación de que la fiesta era para mí.
FIESTA
Francesc De Paula Oromí Viñes
Siete del siete, más o menos a eso de… las siete. Abandono ya mi suite 201; antes 217. Ataviado, de blanco entero, menos el pañuelo color sangre que me anudo suave al cuello. Nudo de mago en el estómago; pero no de miedo. Ya fuera, las calles vacías me llenan de dudas por entero. Compruebo la fecha; miro la hora. Por fin primeros cánticos al que de Amiens es Santo. Y en Santo Domingo nadie espera. No hay pastores; ni dobladores. Ni un corredor siquiera… Ultima plegaria cantada; y puntual, como siempre, primer cohete al cielo. Y ya por fin lo entiendo… pamploneses, pamplonesas… encerrados en sus casas, asoman sus enmascarillados rostros imaginándose el encierro. Chupinazo directo al corazón. Otro siete. Esta vez en todo mi ser. Pero yo ya no puedo detenerme. Soy – nunca mejor dicho – el alma en esta fiesta… Así que arranco a correr. Enfilo Mercaderes, luego Estafeta, y la de los teléfonos después. Y como acaba pasando siempre, el encierro culmina y yo me marcho de nuevo, consolándome al pensar, pobre de mí… que ya queda menos para el año que viene. Pobres de nosotros…