XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EL MOMENTO

Amaia Preciado Martinez De Musitu

Te levantas a las 5 de la mañana. Te pones tu uniforme blanco y rojo, recién planchado tras descansar un año en el armario. La sonrisa de despedida de tu pareja, la preocupación en su mirada.
Conduces sesenta kilómetros.
Llegas a Pamplona. La ciudad respira vida a esas horas. Caminas. El recorrido te espera. Cuanto más te acercas, más notas ese cosquilleo… Muchos años, mismas sensaciones. Llegas a la zona. Tu zona. Empiezas a saludar a compañeros. A amigos.
Se acerca la hora. Empieza tu ritual.
Saludas al pastor de la curva Mercaderes. Saltas. Te mueves. Estiras. Miradas cómplices con tus compañeros de zona. Tal vez sólo conoces sus nombres, pero compartís mucho más.
Esa emoción. Esa afición. Ese sentimiento.
Besas a San Fermín en tu pañuelo, tu patrón, pidiendo su bendición. Miras al cielo y recuerdas a las personas que te acompañaban en este momento. Que lo disfrutaban contigo. Que ya no pueden correr.
Ya son las ocho. El nerviosismo invade la muchedumbre que te rodea. Se oye el cohete. Silencio. Concentración. Ahora solo oyes tu respiración. El suelo empieza a vibrar bajo tus pies. La adrenalina recorre tu cuerpo.
Es el momento.
 

AHÍ VIENEN

Acisclo Manuel Ruiz Torrero

Hace buena mañana, aunque por los escalofríos que tiene, pareciese que hace frio; ya le avisó su padre sobre los nervios de la primera vez, es normal, una retahíla que le transmite siguiendo la tradición familiar. Aunque el vallado está repleto de gente, se muestra concentrado, mantiene la mente tranquila, expectante, preparado para salir a la pista y bailar con las astas. Ya cantó con su cuadrilla, ya se puso de rodillas frente al Santo Patrón y recibió la bendición de su querida “ama”, todo en orden. Su pensamiento se centra en su abuelo, al que irá a ver, como cada día para desayunar juntos. Le volverá a poner la pantalla delante de su mirada con las mismas imágenes; le emociona ver como sus ojos muestran una ligera expresión de fuego y sus puños amagan cerrarse ante un siete de julio eterno. Le llega a sus oídos acordes de tambores y trompetas, su corazón se acelera, siente que le explota el pecho, escruta los síntomas ¿será miedo?, pero de inmediato reconoce un sentimiento de emoción, pasó el susto. Hay mucho ruido, de repente suena un cohete por encima del griterío, ahora sí; espera, espera, espera. Ahí vienen.