XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


VA POR TI, MAMÁ

María José López Mercader

Y mientras Celia se tomaba el último sorbo de su café bien cargado, Jacobo ya atravesaba el umbral con el periódico en la mano.
No era el miedo lo que le provocaba la inquietud. Era el amor incondicional hacia Celia que recorría su cuerpo.
La cafetería estaba a rebosar, pero Celia se encontraba rodeada de silencio aquella mañana. Absorta en sus pensamientos. Recordaba cómo su madre le peinaba el cabello con el cepillo de “Dragones y Mazmorras”. Había que reconocer que no era el cepillo más coqueto de Pamplona. Ni de Navarra. Incluso arañaba un poco. Pero era el de “Dragones y Mazmorras”. El que quería.
Celia era excepcional. Su frenesí en los juegos y carreras con los chicos sobrepasaba con mucho las expectativas que se esperaban de aquella criatura. Rápida como un rayo era poco. Magnífica.
El blanco de la camisa de Celia estaba prácticamente ausente. Era la camisa que su madre había usado en su último encierro. Y anoche su padre la lavó escrupulosamente para que no perdiera sus últimos tonos. Irati siempre sabía cómo quitar una mancha. Y él siempre aprendía de ella. Siempre.
– El cohete, Celia. Vamos, aúpa – pronunció Jacobo.
– Va por ti, mamá. 

EL TORO

Jose Cortes

Esta sería la última vez que Manuel corría en el encierro.
Preparó su ropa, le dio un beso al retrato de su mujer que se había marchado para las tierras altas desde el año pasado y fue a recorrer el circuito un día antes como era costumbre.
Durmió unas cuatro horas y se levantó temprano. La gente festejaba en las calles animada y se dirigió al sitio del comienzo. Pudo ver en el cielo el humo de colores de cohetes que marcaban el inicio, todos empezaron a huir como desesperados en una amalgama de blanco y rojo por las calles empedradas. Corría sin ganas, la cornada dolería menos que el tratamiento. Uno de los toros lo empujó con el lomo cuando le pasó por el lado y cayó al piso protegiéndose la cabeza. Se había raspado los codos y el mentón. El último de los toros se detuvo y regresó en su dirección, el suelo empezó a alumbrarse con chispas. A Camilo le pareció reconocer en la bestia miradas que conocía desde antes en sus ojos, miradas de su familia que eran él mismo reflejadas en todas las tradiciones que había vivido y que no dejaría que el cáncer se las arrebatara.