XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


DUDAS MATUTINAS

Iker Pedrosa Ucero

Me dirigí a la cajera:
– (Leí en la solapa el nombre y miré con rayos X mentales el escote tapado). Elixabet. Tu nombre es muy bonito.
– Gracias.
– Es un nombre que, a simple vista, como que te va mucho.
– Jaja. ¿Tú crees?
– Sí. ¡2º día de San Fermín! ¿Qué haces después del trabajo?
– Voy a casa con mi novio.
– Mmm. Y, ¿después?

Pude observar entonces, a lo largo y ancho del silencio resultante, cómo mi amigo (que, cuatro o cinco horas antes, había llevado a cabo la dudosa proeza de vomitar, al salir del baño, por todo el bar donde estábamos hasta llegar a la barra, donde se acomodó y pidió otra cerveza) miraba distraídamente a algún punto, puede que del futuro, mientras personas acarreando bolsas de plástico pululaban por doquier. Y quisimos salir de allí. Del futuro, del supermercado y de todo. Aunque a mí me costó un poco más salir del escote tapado de Elixabet y cuando llegó su novio aún pronunciaba, fatalmente, su nombre. Mi amigo, en un alarde de reflejos, tuvo a bien depositar sus labios sobre los míos. Pero no pasó de ahí y sé que Elixabet sabrá perdonar el desliz.
 

TAMBIÉN DE DÍA

Fernando Antolín Morales

Al abrirse el tren salieron sus lágrimas, después sus ojos rojos y finalmente Emma, sin equipaje. Por hurto o descuido se había quedado con una mano delante y otra detrás. Nunca calculó que su primera mañana de sanfermines la pasaría en dependencias policiales, con lo que le había costado llegar desde Australia. De camino a la comisaría notó el aire eléctrico de un evento mágico, de una ilusión voraz que empapaba cada fachada e impregnaba cada rostro. Sin embargo, su lamentable situación volvía su piel impermeable a aquel sentir enérgico que vibraba en la calle.
Tras la puerta, circunspección y profesionalidad. Ahí no había fiesta, ni siquiera alegría. La organización en aquel habitáculo parecía dictada por la precisión de un relojero suizo. Los funcionarios mostraron una empatía y una minuciosidad asombrosas, opuestas a la imagen de desmadre y descontrol con la que le habían pintado aquel país en sus amadas antípodas. En un papelucho, sobre el escritorio, observó unos garabatos realizados por algún renacuajo y comprendió que aquella gente se estaba perdiendo mucho más que el desenfreno de una noche de juerga. La citaron de nuevo en un par de horas. «¿Y hasta entonces?». «Disfruta. También de día es San Fermín».