XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


VIDA, ME DEBES UNOS SANFERMINES

Francisco Barragán Larreta

Wuhan, nunca había oído ese nombre. De China me sonaba Pekín, el bazar todo a un euro de debajo de mi casa y las pelis de Fu Man Chú.
Ahora resulta que por culpa de algo que pasó allí, me quedo sin lo de aquí. Con las mascarillas, me tendré que acostumbrar a acertar con quien me cruzo mirándole a los ojos y adivinando si es mi compañero del tendido de sol, uno que sirve almuerzos en Casa Paco o aquel guaperas que estudiaba conmigo y ahora, gordo y calvo, es presidente de su comunidad de vecinos y votante convencido de un partido neoliberal. Estamos como cuando intentas saber qué mozorro te ha saludado el viernes santo.
Procuro pensar cómo me las apañaré para almorzar de forma virtual a las nueve del día 6. Procuraré no mancharme mucho porque si vuelvo a casa con la ropa de color violaceo a mi mujer le hace gracia; pero que me lo haga en el salón, no le convencerá.
Aún no se si tendré mariposas en el estómago a las ocho de la mañana, que día me toca llevar la merienda o si habrá vermú torero.
No sé nada, únicamente que la vida me debe unos Sanfermines. 

ESPERANZA

Gustavo Adolfo Casañ Nuñez

No se han suspendido los Sanfermines, no exactamente, pero paseo por la calle lentamente, enmascarado, esquivando a otros como yo. Imagino que si pudiese ver sus caras reflejarían mi misma confusión. Es el siete de julio y no hay Sanfermines.
Los bares están abiertos, incluso hay unos pocos turistas, pero la fiesta se ha suspendido. Los mozos y los toros no están corriendo a mi alrededor, como deberían. Habrá una misa en honor al santo. Muchos llevamos el pañuelo rojo. Pero toda la ciudad parece herida.
Pero perduramos. Intuyo sonrisas bajo las máscaras, y hay una energía en los pasos que no estaba hace unas semanas. Bajamos a la calle no sólo a por lo imprescindible, sino también a vivir otra vez. Aunque sea a distancia. Respiro hondo y me detengo ante nuestro bar. Los mejores pinchos de tortilla de la ciudad, y nuestra casa lejos de casa.
Reconozco a María a pesar de su máscara roja y me acerco a ella. A un metro de distancia y nuestros ojos lo dicen todo.