MEMORIAS DE SAN FERMÍN
Gabriel Arencibia Perera
Recuerdo la primera vez que participe en las fiestas de San Fermín. Desde la infancia, siempre tuve la impresión de que los corredores en estas fiestas eran tan fuertes y valientes como lo podrían llegar a ser los toros. Por lo que, quería ser como uno de ellos. El ambiente era alborotado, lleno de voces festejando y gente empujándose entre sí para ocupar los primeros puestos. Desde luego, la emoción de estar al frente, en primera línea, es equiparable a los atletas que participan en ella.
Aquella mañana estaba preparado para salir a correr y no me esperaba chocarme con la espalda de uno de los participantes más veterano. Fue un golpe inesperado. Me dejo aturdido durante unos instantes y con la vista nublada. Cuando recupere la conciencia, gire hacia un lado, tratando de esquivar los empujones de los demás. Una vez estuve en la barandilla del camino, una periodista se acercó a mí con su micrófono de la televisión preguntándome si me encontraba bien. ¿Qué porqué hacia esta locura? No recuerdo con claridad todos los detalles del encuentro. Pero sé que le regalé mi lazo rojo y le respondí… Amo la adrenalina por mis venas.
¿QUIÉN ERES?
Marcos Sánchez Mongay
Por mucho que la mira, no reconoce a la persona que el espejo le devuelve.
–¿Quién eres? –pregunta.
–Soy los abrazos y los besos prohibidos. El alarde mudo. El riau-riau sin quien lo cante. La partitura doblada de la charanga. Soy las ocho de la mañana en las que nada sucede, ni gloria, ni sangre. Soy la calle huérfana del santo, las lágrimas que no nacerán por él y la jota imposible. Soy un plato vacío. Los cubiertos en el cajón. El vino y la silla esperando inútilmente. Soy Braulia desnuda y la cabeza de Caravinagre en una estantería. Los despertares sin dianas, las noches sin el alumbre de los fuegos artificiales. Soy donde no existe sol, tampoco sombra, sólo cemento. Chica pero no ye-yé. Mulillas arrastrando el silencio. Un miura engordando en Zahariche. Aceite frío en la Mañueta y sorbete derretido sobre cualquier barra. Soy Hemingway reescrito: al mediodía la fiesta esta vez no va a estallar, no hay otro modo de decirlo.
–Entonces… –interrumpe.
–Sí.
Camiseta negra. Pantalones cortos vaqueros. Sandalias. Es seis de julio y parece de Brisbane.
–Dentro de un año, en este espejo y a la misma hora –reta.
Y se marcha, dejando atrás a la intrusa.