EL OTRO SAN FERMÍN
Ana Isabel Velasco Ortiz
Un instante de pánico. Mi compañero se quiebra. Evita la embestida. Sigue corriendo. Suspiro aliviada. Me gusta mirarle vestido de blanco con el pañuelo al cuello, el periódico doblado en la mano y ese destello de felicidad en el rostro.
El encierro termina. Desayunamos chocolate, churros y porras. Entre sorbo y mordisco, nuestros hijos no paran de hablar, sonreír. Agitan brazos y piernas de pura emoción. Preguntan cuándo podrán participar. Él, responde que aún queda tiempo. Tienen que hacerse mayores. Aprender a ser buenos corredores.
El sol está en lo alto y la ciudad se hace clara, transparente. Respiramos cada rincón, el aroma, el sabor de la fiesta. Seguimos el compás de la música popular. Bailar. Saltar. Ellos piden un refresco. Nosotros, brindamos por la promesa de un futuro mejor.
Los pequeños sestean. Retiramos las sillas dispuestas en el pasillo a modo de barrera. Guardamos el toro de peluche, el viejo tocadiscos, copas y vasos abandonados en el balcón. Lo siguiente es idear cómo recrearemos los fuegos artificiales.
El virus ha llegado a nuestro hogar. Estamos confinados. La esperanza nos acompaña y celebramos este otro San Fermín que sentimos ¡tan intenso! ¡Tan hondo! Siempre, cerca del corazón.
LA FUERZA DEL AMOR
Alberto Oroz Valencia
Después de un tiempo entre sonrisas y lágrimas, de rechazos y aceptaciones, de deseos contenidos, por fin llegó el día cumbre.
-Mañana mis hermanos van a ir a Sanfermines -me dijo. Si quieres podemos ir con ellos. Quieren ir a cenar, disfrutar la noche, correr el encierro, desayunar chocolate con churros y volver a casa.
Ella ya me había aceptado, pero faltaba su familia.
No podía decir que no; pero tenía que superar dos gravísimos problemas. Por un lado, unos días antes en un tonto accidente me había relajado el tobillo; por otro, jamás había corrido un encierro. Me causaba pánico.
Las mujeres irían a la plaza con el maestro Bravo y nosotros entraríamos con los toros.
Era el día de mi alternativa y no podía desaprovecharlo, así que, ni estaba cojo, ni el miedo me iba a paralizar. Todo lo contrario. Cenando el crianza me volvió presumido. Mi novia disimulaba mirando para otro lado, pero no me conocía. Y corrí, ya lo creo que corrí.
Aún se ríe cuando me dice que su hermano no me podía seguir a pesar de mi cojera.
Porque su hermano sabía todo. Ella se lo había dicho y el muy puñetero me probó