XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


MI QUERIDO SAN FERMÍN.

Marta Vidondo Ansó

10 de Julio a las 14:00h. El sol picaba. Mientras guardaba mi chaleco naranja me despedí de los compañeros que me relevaban en mi puesto. Con algo de prisa y ciertos nervios me puse en camino. Ese año trabajaba en una zona muy céntrica y no tardaría en llegar. Entretanto, me puse a repasar los acontecimientos de aquella mañana. Lo primero, el encierro. Mientras ayudábamos a apartar a las personas poco apropiadas para la carrera, no dejaron de sorprenderme las caras tensas y concentradas de los corredores más experimentados, que contrastaban con las despreocupadas y confiadas de aquellos que pisaban por primera vez el recorrido. De vuelta en mi puesto, el baile que los gigantes nos ofrecieron a las diez de la mañana me devolvió un recuerdo muy intenso de mi infancia. Y poco después, una pequeña txaranga perseguida de jóvenes y no tan jóvenes, rezagados de la noche o madrugadores de un nuevo día, cruzaron a lo lejos bailando y gritando emocionados, contagiándonos el regocijo contenido durante los 356 días en los que nada podía compararse con aquel momento. Miré mi reloj, las 14:15h, llegaba puntual, pero allí estaba toda mi cuadrilla, deseosa de disfrutar juntos, como cada año, una fiesta sin igual.  

EL AMOR FLUYE POR LAS VENAS DE SAN FERMÍN

Myriam Belver Tahara

Era el último día del encierro, el último de la alegría, la generosidad y la música. Donde él tendría por fin la oportunidad y el valor de decirlo. Cogió coraje como los toros con los que corrió, sus grandes maestros. Al correr con esos animales noble y con carácter, asustados conseguían llegar hasta la plaza, a pesar del miedo. Con el valor que le entregaron los toros, lo cogió con ambas manos y se dirigió hacia su amiga.
Ella que descubrió por fin en persona la fiesta de San Fermín, entendió que no era igual mirarlo por la televisión que vivirlo en persona. Se alegró de no arrepentirse, de por primera vez perder el control, dejar que la carrera, la comida y bebida, y su gente, sobretodo su gente, le permitiera ir hacia su amigo pamplonés.
Ambos para hacerse escuchar entre la multitud gritaron a la vez, ¡te quiero!
Y cuando cantaron el Pobre de mí, añadieron a esos versos la promesa de volver, vivir y dar las gracias.