XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


A MI MAMÁ, SIEMPRE

Jorge Borrego Luque

Se perdió entre la muchedumbre. Por más que busqué, solo veía gente bailando, alegría y buen humor. En verdad, me irritó tanto buen rollo, mientras mi madre andaba perdida.
Esa misma mañana, al ir a recogerla, me había mirado con interés, y me había dicho:
—¡Qué niña tan guapa! ¿A quién quieres más, a tu papá o a tu mamá?
Respondí con una arrugada sonrisa y la besé en la cabeza, esa que ya tiempo atrás había dejado de funcionar:
—A mi mamá, siempre.
La miré ilusionada a los ojos, solo para descubrir que, como otras tantas veces, ya no estaba allí.
Entonces la encontré. Me costó reconocerla porque andaba cantando desentonadamente “dos de febrero, tres de marzo…” junto a una norteamericana que erraba estrepitosamente con la letra. Toqué a mi madre en el hombro y se giró. Los ojos le brillaban, y por un instante pareció reconocerme.
Y me dijo la frase que, en ese momento, me pareció la más bonita de mi vida:
¡Gora san Fermín! 

CORRE LEJOS Y NO PARES

Irene Maciá Doménech

Se mantenía inmóvil, con los nervios a flor de piel, durante la mayor parte de la espera. De vez en cuando, la combinaba con desplazamientos sin rumbo entre los pocos metros de su ubicación, debido a la creciente ansiedad por lo que se aproximaba. Se venía algo bien grande, y no solamente por el tamaño de los que provocaban el evento en el que participaba, sino porque estaba a punto de emprender la mayor carrera de su vida.

Sonó la campana. Las compuertas se abrieron de par en par. Enormes toros que apuntaban con sus largos pitones salieron en manada, dispuestos a devorar las calles de la Parte Vieja de Pamplona.

Él, provisto únicamente con una camiseta y unos pantalones blancos, y adornados con un sencillo pañuelo rojo al cuello, comenzó a correr bajo el impulso de la adrenalina. Sudaba y jadeaba, consciente de que tenía que huir para no ser ni alcanzado, ni embestido, ni atravesado por aquellas enormes cornamentas.

Pero lo gracioso estaba en que, aunque llegara por fin a la Plaza del Castillo, seguiría corriendo sin parar, aún pasados días más allá del 7 de julio.
Quería ser libre en un mundo con demasiadas presiones y amar la vida con alegría.