FECHAS SEÑALADAS
Esteban Torres Sagra
Ezra lleva queriendo venir a Pamplona media vida: casi 11 años de los 21 con que cuenta. Su padre, Héctor, la levantaba cada mañana de la segunda semana de julio para ver por televisión juntos el encierro, para sufrir y gozar a distancia el recorrido, identificándose con cada corredor que flirteaba entre los cuernos de la manada por aquellas callejas cuyos nombres se aprendió de memoria la niña; para exclamar cada embestida como si su carne rósea estuviese a merced de los pitones.
En 2020 tenían previsto comprobar qué se siente al pisar la arena de los propios recuerdos, pero la pandemia desbarató sus planes entre la incredulidad de una y la resignación del otro. Se miraron, cómplices, y asumieron posponer su sueño común otros 365 días, aunque el 26 de abril de 2021 se volvieron a suspender los sanfermines.
El 30, Héctor comenzó a sentir fatiga. En fecha 3 de mayo falleció por la variante británica coronavirus,. Ezra no sabe discernir el origen de tanta lágrima como se entremezcla en sus mejillas.
Hoy, en su funeral, promete que el año que viene llevará sus cenizas con ella a disfrutar la fiesta y aprieta los dientes cuando pronuncia: “¡fuck you, covid, we’ll win you!”.
AQUÉL MEMORABLE ENCIERRO
José Garmendia, Iglesias
El canto de un mirlo se coló por mi ventana. Eran las seis de la mañana de un 7 de julio y tal vez envió San Fermín al insistente pajarico, para recordarme mi cita con el encierro.
Vestido de blanco, pañuelico rojo en la garganta y faja atada en la cintura, me apresuré hacia el centro de Pamplona caminando. Ligera brisa del norte movía los frondosos árboles, la hierba seguía mojada, había llovido de madrugada.
Al llegar a la Estafeta precioso brillaba el adoquín. Los reencuentros y saludos entre corredores se multiplicaban en Ayuntamiento, así como el último beso, abrazo o búsqueda con la mirada del ser querido tras la barrera.
Durante la tensa espera me imaginé la carrera. Estiré, salté y apreté el periódico. Sonó el cohete y me estremecí. Un intenso y veloz chute de adrenalina recorrió todo mi cuerpo. Mi corazón no cabía ya en el pecho.
Seis astados peligrosos, mucha gente y pocos huecos. Aceleré y me sumergí, como en ola a surfear, rodeado de sonidos que nunca podré olvidar; cencerros, pezuñas, resoplidos y algún ahiivaaaa, vaaa, vaaa…
Tres segundos habían bastado, tan de cerca de un astado, para sentirme hermanado.
¡¡Gracias por todo San Fermín!!