XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LOS CALCETINES ROJOS

María Rosario Ruiz Castillo

Mi pantalón blanco, mi camisa, la faja y el pañuelo.
-¡Mamá, dónde están mis calcetines rojos!
-Colgados en el balcón.
-No encuentro otros.
-Pues qué quieres si tu cuarto está siempre desordenado y es un caos perpetuo. Mira por debajo de la cama.
-Tal vez estén en mi mesilla. A lo mejor se quedaron olvidados en la lavadora.
-A ver, que no voy a tener yo la culpa de que no encuentres los calcetines, busca por los rincones de tu cuarto.
-Si es que no hay un sitio que sea perfecto, siempre que los busco, nunca los encuentro.
El tiempo pasaba y los calcetines no aparecían, estaban los azules con rallas blancas, los verdes con motas rosas, los amarillos con estrellitas, pero faltaban los calcetines rojos.
-¡Por fin los encontré! mamá qué suaves, es como si acariciaran mis pies. Suave algodón que cubre mis pies, acaricia mis andares y reconforta mi marcha.
–Deja el romanticismo para cuando estés con tu novia. Y la próxima vez ordenas mejor tu cuarto. Y no vengas tarde.
-Sí mamá, con mis calcetines saldré de marcha, bailaré, cantaré, te querré un montón, te llenaré de besos y sobre todo disfrutaré de la fiesta a tope.
 

PAÑUELO ROJO

María Alicia Adela Domínguez

En mi Mendoza natal un día recibimos de regalo unos pañuelos rojos de nuestra familia navarra. Me pregunté, ¿para qué?.
La abuela navarra trató de explicarme y solo entendí «nostalgia».
Realmente cuando viví los sanfermines y anudé en mi cuello el pañuelo rojo, me sentí parte de la familia que me acogía, me identifiqué con ellos y un pueblo que festeja a su Santo venerado. Con ellos descubrí la importancia de su tradición, el natural cariño que brindan durante el almuerzo del 6 de julio y la zozobra desde un balcón de la calle Estafeta al escuchar «a San Fermín venimos»… para luego presenciar la corrida de los intrépidos corredores perseguidos por magníficos toros.
Ver la Plaza del Ayuntamiento coronada de pañuelos rojos fue lo que logró que yo pudiera decirle a la abuela: entendí.
Abuela, pude comprender tus lágrimas con el recuerdo de tu tierra y abrazar tus nostalgias. El pañuelo rojo no es sangre del Santo muerto, es amor de un pueblo que vive y honra, que ama, disfruta de su música, la comida, la amistad y año tras año concilia con la vida y comparte no solo con sus vecinos, también con todos los visitantes.