XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


GUARDANDO LAS DISTANCIAS

Ignacio Navarro Otano

Vale, tranquilidad, pensemos, estoy en buenas manos, hombros, mejor dicho, y a esta altura no creo que corra peligro (pero no me fío un pelo), además, es el primer día que por fin los voy a tener cara a cara, que sí, que he tenido material de sobra y me sé los nombres, tamaños, pesos…. pero han sido dos años sin verlos y ni me acuerdo de cuando me hicieron esa foto que tengo en el cuarto de bebé con ellos, vale, ganas hay, claro, pero ojo, despacio y a distancia, no hagamos el tonto (que ni se le ocurra bajarme para que salga mejor la foto para los abuelos que nos conocemos), venga, calma, no pasa nada, respira, por si acaso me he traído la verga, que algo me defenderá en caso de apuro (y si tengo que usarla para darle si se le ocurre acercarnos demasiado, no dudaré en hacerlo), ¡ya oigo las gaitas! (¿o son txistus?), ¡ahí están!, ¡que bonitos! ¡qué bien suena! (vale, que se acerque un poco, bueno un mucho), ¡pero vamos! ¡empuja la silleta y avanza, que nos quedamos atrás y nos van a pillar los kilikis! (y para esos aún me quedan años, ¡corre que nos miran!) 

UNOS SANFERMINES DIVINOS

Ismael López Martín

Martín se acuesta nervioso. Su quebradiza salud no va a impedirle viajar, como cada año, a la Pamplona de sus ancestros para acudir a la cita con El Chupinazo.
Ya no corre en Los Encierros, pero su sangre sigue galopando igual cuando llega el mes de julio, y su piel se eriza alborozada cuando barrunta la procesión del día siete.
Su corazón está inquieto. Se despierta sobresaltado y repitiendo San Fermín sin cesar, ya que cree que se le echa el tiempo encima para llegar a la estación. Está cegado por una intensa luz, aunque juraría que había bajado la persiana.
De pronto, aparece ante él un viejo barbudo al que acompaña un inquietante tintineo metálico.
—Vaya, es la primera vez que me confunden con San Fermín, el de los festejos; yo soy el de las llaves, San Pedro. Acompáñame, tienes que ir a ver al jefe.
—Pero, ¡me esperan en los Sanfermines!
—Acabas de fallecer y estás en el cielo. Esto es lo más parecido que hay a Pamplona, créeme.
San Pedro, en un gesto cómplice, anuda un pañuelico en el cuello de Martín, mientras este entona emocionado el “Pobre de mí”.