XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LUZ DE GAS

María Eugenia López Salmerón

En una película de suspense, Ingrid Bergman, aterrorizada por Charles Boyer, sádico esposo que manipula la iluminación de su casa, dio lugar a la famosa expresión «hacer luz de gas» cuando quieres «confundir» a otro.

Mi primera y única vez en el corralillo del Gas, encaramada para mejor apreciar lo que olores, mugidos y repiqueteo de cencerros dejaban adivinar, la luna de julio, encapotada, sólo permitía que se adivinasen contornos, vahos y nubecillas polvorientas al entrechocar los lomos.
EL mayoral y compañía toman posiciones. Atentos a las cornetas, abren portones de falsa esperanza a un tropel de animales que desconocían ser mudados a prisión renovada, sala de espera para su salvaje lucimiento del día siguiente.
Su trote regular, confiado en el ritmo de la manada que guían a varetazos, recorre los 440 metros hasta Santo Domingo y es el único sonido en la noche, salvo el de los campanos y los silbos. En ésa última noche añorarán la dehesa, seguro. Alguno igual se llama Gladiador.

Maximo Decimo Meridio, agónico y desangrándose en el centro del coso romano, también tuvo un ultimo recuerdo para su tierra, verdes prados, olivos de ancha sombra.
Extremadura, cuna de castas bravías, que saben morir de raza para disfrute ajeno. 

CON EL PREGON ATORMENTADO DEL SILENCIO

Julio Silva Sanchez

ASOCIACIÓN PARA EL CONOCIMIENTO Y DIFUSIÓN
DE LOS SANFERMINES
PAMPLONA
COMUNIDAD FORAL DE NAVARRA
ESPAÑA

XIII CERTAMEN INTERNACIONAL DE MICRORRELATOS DE SAN FERMÍN

Con el pregón atormentado del silencio

En estampida delante de aquellos briosos ejemplares, sintiendo la queja angustiosa de sus bramidos, el retumbar de sus cascos, el acre sudor y su mirada encendida, diste un traspié. No pudiste distinguir muy bien el momento cuando el altanero novillo de lustroso pelaje carmesí golpeó tu cuerpo. El pitón rasgaría tu cuello causando la deflagración de tus arterias y tiñendo de ámbar tu pañuelo. Te elevaste. Un sabor metálico inundó tus labios y un aroma cobrizo capturó tus venas. Los huidizos colores de la calle desaparecieron y en una apoteosis visual tus ojos volvieron a inundarse con la imagen tantas veces visitada: la madre con el hijo muerto, la paloma, el guerrero exangüe, la bombilla, la mujer arrodillada, la casa en llamas, el hombre implorando, la flecha oblicua, la mujer con los brazos elevados al cielo… el toro, con el cuerpo oscuro y la cabeza nívea, impasible, volteando su cuello hasta detener su mirada en tu rostro sorprendido. Te precipitaste hacia el abismo mientras un leñador incansable golpeaba con su hacha tu corazón cautivo. Emprendiste el galope, retumbó en tus párpados