MENSAJE EN CARNE VIVA
Pedro Antonio Gracía Zanón
Había visitado los corrales de madrugada. Reverberó en mi cerebro el tibio dolor de la muerte. No estaba seguro si la mía o la del toro negro zaíno que se fijó en mí como si sobraran las palabras entre dos seres que se retan. En su mirada había perdón, inquietud y tal vez sufrimiento. Un escalofrío como una línea telegráfica clandestina nos conectó. Me envió un mensaje… “seré yo”.
Lupe y yo besamos nuestros pañuelos rojos y nos los intercambiamos. “Suerte” exclamó. Me alejé hacia el Ayuntamiento para hacer piña con los demás corredores. El morse “seré yo” mordía fuerte mi pulso. Ocho de la mañana. Explosión en las venas. Los toros corrían a su destino. Quizá al mío. Gritos, empujones, carreras y mozos por el suelo. El negro zaíno iba el primero. Cogí carrera con él, pero las piernas me fallaron sin piedad. Le mandé un mensaje “tú ganas”. Calle Estafeta. Noté un frío como clavo entrando decidido en mi costado y vi oscuridad. Abrí los ojos y la sangre empapaba mi camiseta blanca. Lupe con su pañuelo apretando mi costado decía… “soy yo, amor”. Y su bendición en mi boca me devolvió el cielo.
DICEROS BICORNIS
Rafael Fuentes Pardo
Los dos hombres se apearon del todo terreno, se encontraban en el parque natural de Yambello. Muhamud enfocó los prismáticos, a quinientos metros, entre las acacias, había una docena de rinocerontes negros pastando. Asintió con la cabeza en un par de ocasiones y dijo que ya tenían casi todo lo necesario, aquello iba a ser mejor que en los sanfermines.
Su compañero, que había estado con él, en Pamplona, le recordó que allí habían corrido delante de toros, no de rinocerontes, y añadió que el trayecto no llegaba al quilómetro mientras que aquí, hasta alcanzar el río, como poco, habría treinta y cinco.
Muhamud barrió con la mano una porción del aire que tenía delante de sus narices, quitándole importancia al asunto, lo único que harían sería adaptar la fiesta a sus condiciones específicas, a fin de cuentas, los etíopes eran los mejores fondistas del mundo. Tras una pausa continuó diciéndole que lo que de verdad le preocupaba era que a dos días del primer encierro todavía no sabía de dónde iban a sacar ciento diecisiete mil boinas y otros tantos pañuelos; sin ellos, los primeros sanfermines etíopes no serían lo mismo