SAN FERMÍN Y LA MUERTE
Joaquín Castelló López
En los corrales de la Cuesta de Santo Domingo, los toros tranquilos andan quitándose las impertinentes moscas, ignorantes de lo que el petardazo les depara.
Los corazones de los mozos palpitan silenciosos, removiendo la sangre caliente, bajo vestiduras de blanco y rojo.
La muerte, enjuta, anda mirando a quién llevarse de paseo.
Las madres rezan en silencio, deseando que la carrera sea limpia, rápida y que lleve a los nobles astados a su último destino, antes de que éstos escuchen el silbido del matador que los llame con la capa del engaño.
Ya se acercan las ocho y los mozos levantan sus periódicos, rogando al Santo les proteja. El pobre Santo se los mira con sonrisa de aliento y con tristeza de espanto, ante aquel pobre incauto que se piensa que un toro bravo, es una broma del destino que le va a divertir un rato.
Estalla en el cielo el petardo. Se abre la portalada y salen los cabestros; detrás, los nobles astados. Corren los mozos, unos más jóvenes que otros y se amontonan en la calle apretujados. La muerte sigue buscando dónde clavar su fúnebre mordisco. El Santo que la ve, le grita: “Aquí no tienes trabajo, márchate a otro lado”.
ALMA DE PAMPLONICA
Marta Olaz Pascualena
6.30 am. Sueño. Resaca. Piernas cansadas. Pereza. Ruidos. Música de fondo. Mucho sueño… Olor a café y a pan recién tostado. Comienzo a despertar. Ansiedad eufórica. Sonrisa. Es día 7. Primer encierro. Tazas. Platos. Una voz cantando… Ella.
Nunca olvidaré los Sanfermines vividos juntas. La mujer de mi vida. “La Ilu”. Mi abuela. Muchos vecinos de “La Estafeta” la recuerdan con cariño. Con su sonrisa, sus buenos modos y sus ganas de reunir en casa a toda la familia, a cualquier pamplonica conocido e incluso a dos extranjeros perdidos y asustados refugiados en su portal antes del cohete. Siempre se repartía todo. Era de sobrenombre generosidad. Ahora solo saboreo el dulce recuerdo de esos desayunos…
Hoy su mirada relata la ausencia. 98 años. El alzhéimer se ha llevado la esencia que la vestía de única. La veo. Me sonríe. Nos amamos… Cantamos a veces. Cuando consigue pronunciar. Pero, ¿saben una cosa? Quizá quede algo de esos días en ella… Porque olvidó mi nombre. Y el suyo. Pero hay un estribillo que provoca su sonrisa cada día que lo entonamos: “1 de Enero, 2 de Febrero, ……7 de Julio San Fermín. Riau Riau”. Una conexión que emociona. Digna de “El pañuelico”.