XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


TRIBAL

Leyre Zárate álvarez

Aquel lunes de mediados de julio amaneció fresco y despejado en Pamplona. Había estado lloviendo toda la noche, pero prometía volver a hacer calor. Resistí la tentación de darte las mejores vitaminas A, B y C que nos habían alimentado aquellos primeros Sanfermines juntos: Abrazos, Besos y Caricias. Cerré los ojos para no verte desnudo durmiendo entre las sábanas porque me habría resultado muy difícil no sucumbir a la tentación. Me levanté de la cama sigilosamente y fui al baño. Los cuadros de desnudos dibujados con lápiz de grafito sobre la bañera siempre me excitaban, aunque fueran imitación de originales.
Una ducha rápida y un café. Sin hacer mucho ruido para no despertarte, me vestí y me arreglé. Iba con suficiente antelación para coger mi tren. Pero apareciste desnudo con dos tazas de café y me diste un beso. Los primeros rayos de sol se colaban entre las cortinas dando a la habitación unos tonos cobrizos y anaranjados preciosos. Tu torso brillaba como el oro y parecía un instrumento tribal de percusión. Mis manos, cual baquetas, necesitaban tocarlo. Ahora sí que iba a perder el tren por volver a disfrutar de ti. Tomamos café antes y después de hacerte el amor.
 

NO ES POR LA FIESTA

Fernando Antolín Morales

El chorro salpicaba los adoquines y arrancaba de cuajo las inmundicias ahí petrificadas. Con osadía extra por algún eficiente ingrediente químico de nombre exótico pero uso común, el pavimento fue desvistiéndose de mugre para resplandecer como merecía la ocasión. Pese al olor y la pereza, aquellas cinco de la mañana resultaban menos perniciosas que esas jornadas de pijama y manta que, como una masa informe, había navegado Izaskun durante meses sin ser capaz de diferenciar un día del siguiente. Sonreía como supuestamente no sonríen quienes se dedican a asear la cara pública de la ciudad. Pamplona le devolvía el gesto cuando su rostro se reflejaba en el firme, listo para el chupinazo.
Una vez más, tuvo que llegar el santo para traer la alegría y las contrataciones. Los ecos del Riau-Riau se disolvieron el martes, pero aquel día en el que finalmente podría rasgar la tarjeta del paro y olvidarse un poquito del ERE bostezaba con ilusión, pese al madrugón. Cada 7 de julio empatizaba con quienes aparcaban su pasión para embellecer la capital. Esta vez, manguera en mano, sintió lástima por aquellos que querrían estar en su lugar mientras sufrían un poquito menos gracias a la fiesta.