XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


UN PASTEL DE CEREZAS

María Esther Jaso Esain

El día que mi padre se presentó en la frutería de la calle Mayor en la que habría de trabajar todo el verano era 6 de julio y cumplía 15 años. El bullicio de la calle le distraía y en ocasiones alzaba la vista al exterior. Y en una de esas miradas furtivas sus ojos se encontraron con los de una muchacha parada frente al escaparate. Reía divertida, quizás por la ocurrencia de sus amigas. Sin saber muy bien qué hacer mi padre se acercó a ellas y les ofreció unas cerezas que aceptaron encantadas. Iniciaron entonces una animada conversación de la que 62 años después, quedan únicamente retazos difuminados por la memoria. Pero lo que aquella joven, mi madre, sí que recuerda, es su corazón acelerado cada vez que «el chico de las cerezas» la miraba con esos ojos grises intensos, que ya no olvidaría.
Hoy es también 6 de julio, aunque no haya fiesta, y en la comida familiar, mi padre intuirá, aunque no sea capaz de evocar esa escena, perdida para siempre en los recovecos de su cerebro, que algo extraordinario se celebra, porque no faltará, como es tradición, un pastel de cerezas. 

COINCIDENCIA

Felisa Azcarate Iriarte

Fue en febrero del año pasado cuando heredé de mi madre un local. Una cristalería cuyo dueño al parecer enloqueció. Un cúmulo indescriptible de deshechos de todo tipo lo ocupaba todo. Dicen que el cristalero, ya inactivo, se había instalado allí abandonándose a su suerte y convirtiéndose en un propio deshecho humano, que ocultaba entre tanta mierda su malestar. Luego desapareció sin dejar rastro

De una montaña de residuos sobresalían unas pequeñas estatuillas de yeso policromado: unos gigantes de Pamplona y un San Fermín del mismo tamaño. Milagrosamente intactos. Casi hasta limpios.

Antes de que entrara con sus métodos drásticos una empresa de “Limpiezas especiales, siniestros y Diógenes”, así rezaba su eslogan, corrí a salvarlas. Y desde entonces presiden la biblioteca de mi estudio. Incluso San Fermín. ! Con lo iconoclasta y descreída que soy yo!

Fue también en febrero del año pasado cuando apareció un virus fatídico, contagioso y mortal. Y se paró el mundo. Se cerraron fábricas, escuelas, teatros, bares…. Meses confinados en casa, sin salir, sin estar con nadie. Dejamos de vernos, de tocarnos, de abrazarnos .Y los Sanfermines se suspendieron sine die

Tal coincidencia me perturba.

Porque san Fermín, desde su estante, me observa y de alguna manera me interpela.