XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


CAPOTICO

Mikel Mikeo Arrarás

Deambulaba por lo Viejo. A sus amigos ya les había vencido la noche. A él le quedaban varias cervezas por delante. Nadie le esperaba en casa. Su mujer, embarazada de siete meses, llevaba días en Salou. Él exprimía sus últimos sanfermines sin silleta.
Miró a su alrededor y ni idea de dónde se podía encontrar. Solo sabía que estaba a gustooo… ¿La hora? Ocho menos cuarto. Eso marcaba el reloj del ayuntamiento.
¡Ah, ya sé dónde estoy!
¿Y si corro el encierro? Nunca lo he hecho y… antes de ser padre… Es el momento. No estoy en muy buenas condiciones, pero… San Fermín tendrá preparado su capotico para mí. ¡Unos munipas! Es una señal. Si me sacan del recorrido es el santo morenico en mi ayuda. Pasaron a su lado… Y siguieron su camino. San Fermín quiere que corra. Estaba muy nervioso, era una locura, pero todo saldría bien. Relájate, concéntrate…
Las ocho. Y nada. De pronto, una señora mayor pasó a su lado. ¿Esta va a correr?
Señora, ¿sabe por qué no ha empezado el encierro?
Majo, son las ocho de la tarde. Aún falta para que salgan los toros.
¡Ahí estaba el capotico! Venga, a casa a dormirla y mañana a Salou. 

LA JUSTA DEL ARENAL

Juan Salvador Del Cerro Faura

El séptimo día del séptimo mes me incliné sobre el ruedo en señal de respeto. Tenía ante mí a una de las criaturas más majestuosas que jamás había visto. Su pelaje oscuro brillaba como el azabache bajo aquel sol de julio. Por un momento, pareció como si ella correspondiese mi gesto, pues, alzando su pata izquierda, inclinó la cabeza. Martín, mi mejor amigo, agitaba su pierna torpemente desde el burladero mientras gritaba «¡Ven aquí, campeón!» «¡Estoy aquí!» para llamar la atención del toro. Entonces pensé que, desde luego, estaba salvado con él y esbocé una sonrisa. No… En realidad los ojos de aquel coloso solo se fijaban en mí y parecían decirme «Esto es entre tú y yo. Prepárate, Teseo navarro, porque en mi pecho arde el fulgor de una naturaleza ancestral que pienso desatar con cada embestida». Lo miré un instante. Luego, alzando la vista, distinguí a mi querida Ariadna observándome desde el palco con talante de emperatriz. Aquella mirada estaba llena de confianza, apoyo y determinación. Al verla, aferré con fuerza el estaquillador y, con la muleta por estandarte, di un paso al frente. El coloso tomó un potente impulso y, con él, comenzó aquella justa que jamás olvidaré.