VIRUS
Antonio José Abrunhosa Gonez
Aquel siete de julio no era un siete de julio normal, el gentío se hacinaba contra las vallas del recorrido expectantes y ansiosos por ver a los toros cruzar las calles de Pamplona después de tantos años sin encierros.
Pese a todas las precauciones e innumerables vacunas nada se pudo hacer para detener el virus mortal que en pocos años había acabado con toda la población bobina del planeta.
Por eso aunque solo fueran réplicas miméticas creadas en laboratorio, las lágrimas asomaron en los rostros de los más mayores y caras de asombro aparecieron en los más jóvenes que solo habían visto a esos animales correr en San Fermín por viejos documentales de cuarenta años atrás.
LA FIESTA DE LOS VELOS
Manuel David Arce Martino
El silbido del chupinazo desgarra el aire de Pamplona y los ojos de todo el mundo, miran a la muchedumbre pasar por plazas y calles cantando al glorioso San Fermín, niños, mozos y ancianos vitorean de rojo y blanco al pasar, con una emoción que les brota del pecho sin igual.
Nosotros también miramos y corremos tras una muchedumbre que grita, ríe y baila sin parar.
Y este año, nosotros que somos diferentes, vemos a través de los velos de nuestros ojos, que hay mucha más gente que otros años, que ya no son los chiquillos los que vienen delante, sino legiones de ancianos que corren alegres, transparentes, por la ciudad.
Nada ha detenido a los muchachos salir a festejar su amor fraternal, riendo, llorando, empujando a los gigantes, sintiendo la nostalgia de otros años, de los abuelos que se fueron de estas fiestas y que siguen corriendo por las calles, que solamente nosotros, vemos.
Nosotros escuchamos, con el corazón latiendo por mil, los vítores de antaño de aquellos que ahora ya no están, y que, sin embargo, todavía seguimos escuchando, mirando, amando.
Ellos están muy alegres, escuchando los sonidos de nuestros cascos sobre las calles, de siempre.
¡Viva san Fermín! ¡Gora san Fermín!