XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


SAN FERMÍN EN LA PANDEMIA

Antonio Polo González

Van a salir ya los toros. Este año tienen que salir, no me puedo quedar otra vez sin la foto derrapando en la calle Estafeta con un toro que viene a mi lado esquiando sobre sus pezuñas y los cuartos traseros otro mes de julio. No puede ser que vuelva con el pañuelo rojo planchado en la maleta otro año. No.

–“Míralo así” –me dice Cristina. “Tú no eres de mucho madrugar tampoco”. “Ya vendremos otro año”.

El periódico está sobre la cama. Lo dejé a los pies para doblarlo nada más levantarme. No he puesto ni un pie en el suelo y ya oigo los cantos al santo, oigo a los mozos que se desean bonitas carreras sobre el silbar del chupinazo, oigo como la leve lluvia choca contra la ventana de la habitación y el corazón que acelerado retumba en el pecho.

–“Que ya han salido” –balbuceo nervioso.

Pero no hay toros. La calle sigue vacía mientras una leve lluvia le da un brochazo de mercurio a las piedras. Ahora, desde la ventana el suelo parece un espejo en el que mi reflejo de mozo ojeroso y asolado contempla la fiesta desconvocada.

–“Ya que bajas, súbete unos churros para desayunar” –añade Cristina. 

UN VERANO SIN SANFERMINES

Ernesto Hidalga Erenas

Aquel verano no había Sanfermines.
A pesar de ello, se atavió de blanco impoluto, pañuelo rojo y mascarilla a juego, y fue hasta La Cuesta de Santo Domingo.
Se colocó frente la hornacina de San Fermín, cerró los ojos, se santiguó, y pidió suerte para salir airoso de la carrera. Por un momento, tuvo incluso la sensación de oír al gentío⁠…⁠
Al abrir los ojos contempló la calle medio vacía y la tristeza lo inundó.
Siguió haciendo el recorrido, con calma, disfrutando de cada paso, recordando los encierros, las fiestas, y todos los buenos momentos con amigos, primos, e incluso alguna novia de verano de la que seguía evocando el color de sus ojos y el olor de sus cabellos, pero de la que había olvidado el nombre.
Suspiró.
Aquel verano no había Sanfermines.
Pero volverían al año siguiente. Y si no al de después.
No desaparecerían porque eran conocidos en todo el mundo, porque se llevaban dentro, porque solo se podían explicar si se habían vivido y, porque una vez vividos, surgía la necesidad de repetir año tras año.
Y sonrió al imaginarse las calles llenas de nuevo, corriendo ante los toros y sintiendo la adrenalina subiéndole por el cuerpo.