SAN FERMÍN EN MANHATTAN.
Ginés Mulero Caparrós
El pequeño de 3 años sale del aséptico lavabo vestido de pamplonica con el New York Times hecho un gurruño y balbuceando “Tafeta”. Su hermano mayor de ocho le sigue de rodillas. renqueante, con unos cascos de escuchar música en la cabeza tuneados por dos capiruchos artesanos a modo de pitones. Le digo a mi esposa navarrica por los cuatro costados que si ella no puede estar allí en estas fechas le traemos la fiesta aquí y que saldrá de ésta. Está en una cama del Hospital Monte Sinaí, entre la 5ª Avenida y la Avenida Madison. Una enfermera de mandíbula prominente y forofa de Ernest Hemingway entra en la habitación 502 y ve la escena con asombro; aunque sea del mismo Bilbao. Solo se le ocurre decir aplaudiéndonos y sin procrastinación en sus funciones: “Tenéis unos huevos que ni los del toro de Wall Street…”
CUESTIÓN DE LEALTAD
Manuel Laespada Vizcaíno
CUESTIÓN DE LEALTAD
No se había perdido unos Sanfermines durante más veinte años. Después del encierro diario acudía puntual a la puerta grande de la plaza de toros de Pamplona e iniciaba su breve, pero intensa jornada laboral y que le reportaba importantes beneficios. Por segundo año consecutivo cambió su afamado atril, las láminas plastificadas, su paleta y los pinceles acrílicos con los que se dedicaba a caricaturizar a los forasteros ataviados con su pañuelico de San Fermín, por una destartalada mesa de campo y playa, unos rotuladores del todo a cien y un cenicero pedigüeño con unas pocas monedas a modo de reclamo en el que rezaba la leyenda “estuve en Navarra y me acordé de ti”. Ahora, por la voluntad, ofrecía a los nostálgicos que se acercaban por la zona, confiando que el año próximo harían ese recorrido con la adrenalina por las nubes y el corazón acelerado huyendo de los resoplidos de los morlacos, unas mascarillas en las que dibujaba unos labios histriónicos con sonrisas luminosas que -decía- eran el esperanzado presagio de un regreso.