XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


¡QUÉ LEJOS QUEDA IDAHO!

Julio M Larruga Mengíbar

Al abrir el armario armero, sus manos agarraron sin dudar a su favorita, una escopeta Boss del calibre 12. Introdujo dos cartuchos y la dejó sobre la cama, donde estaba desplegada la ropa que vestiría para su ritual. Camisa y pantalón blancos, faja y pañuelo rojos. Ya convenientemente uniformado, lanzó el pequeño cohete para que todos sus vecinos de Ketchum supieran que habían comenzado las fiestas de San Fermín de 1960.
Descorchó la primera de las botellas de tinto navarro que tanto le había costado conseguir, y vaso a vaso fue bebiendo hasta alcanzar ese momento de placer, en el que medio dormido eres consciente de que estás durmiendo. Soñó, soñó que corría un encierro en el que él era el único corredor, delante de un también único toro lucero en el más absoluto silencio. Solo escuchaba su respiración y los bufidos del toro, cada vez más cerca, cada vez más fríos. Notó como se le erizaba la piel cuando el toro lo arrolló pasando por encima sin herirlo.
Despertó llorando feliz, decidió no pegarse el tiro hasta soñar otros siete encierros. 

SAN FERMÍN 2020

Néstor José Pereira Sánchez

Aquí estoy una vez más en la “Plaza del Ayuntamiento”. Soy leal a nuestra promesa, la de asistir a todos “Los Sanfermines”. Ese fue nuestro compromiso, lo que pactamos cuando nos casamos, porque en un “San Fermín” nos conocimos.
Hoy estoy solo, ella se ha ido, pero la magia y la pasión del “San Fermín” se resiste y no me quieren abandonar; aún siento en el aire los aromas de la aglomeración, los murmullos incompresibles que se acumulan llenando la plaza de fuerza, color, pasión, aferrándose a cada calle, rincón, pared, baldosa o balcón; pareciera que el “San Fermín” viviera por sí mismo.
El reloj marcar las doce, el cohete rompe el aire cual afilado sable, los gritos y los aplausos refulgen; ya no parece faltar nada; mi cuerpo se tensiona… me anudo el pañuelo y espero… no hay carreras ni empujones, no hay gritos no hay abrazos, no hay cantos ni bailes; pero dentro de mí bulle todo “San Fermín”, arremolinándose con su imagen… lágrimas caen de mis ojos, en la fachada del palacio veo desplegarse ese inmenso pañuelo rojo que dice: “LOS VIVIREMOS”. No escucho el grito oficial de “¡Viva San Fermín!”; no siento sus labios ni su mano apretar la mía.