XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


UNA FIESTA QUE NO MUERE

Emilio Villatoro Marín

De nuevo atrevidos y espectadores se preparaban para una fiesta más, a lo largo de los siglos, a pesar que la tierra se pudrió y ahora solo existían edificios donde antes hubiera árboles, nada pudo detener los Sanfermines. Al acabarse los ríos y aumentar la población, lo que antes fuese prospero comenzó el descenso a su decadencia; el ganado se fue limitando y solo algunos quedaron entre las manos de poderosos nada dispuestos a dejar su mina de plata pues por primera vez, lo natural entre lo artificial importaba. De cualquier manera, siempre había otras opciones, baratas y menos peligrosas. El atuendo de los corredores seguía siendo el mismo, las calles, aunque abarrotadas por hologramas, mantenían los edificios de antaño desde donde las personas veían y animaban atentas. Entonces se dieron los bandazos y varios toros se arremolinaron nerviosos y disgustados contra los humanos, los participantes huían y corrían y cuando los toros los apuntaban con sus cuernos los atravesaban como fantasmas, sonaba una alarma a la altura de la muñeca del participante y como si se tratara de un juego, se descalificaba para que pudiera pasar a sentarse en la tribuna mientras la fiesta sin ningún muerto continuaba su algarabía. 

VIVIR DE FIESTA

Patricia Collazo González

Es escuchar el “Pobre de mí” y caerse muerto. Lo digo en sentido literal. Cada año, al despuntar el quince de julio, mi hermano Paco se lleva la mano al pecho, se deja atropellar por un coche, sufre una peritonitis repentina, o se atraganta con una aceituna. Pero año tras año, muere. La primera vez nos asustamos mucho, pero ahora ya nos lo tomamos con más calma.
Todos salvo mamá que vive cada muerte como si fuera la primera y la última.
El resto de la familia nos palmeamos las espaldas y soltamos alguna lagrimita para que no se enfade.
Es que ella lleva un registro mental de quién llora y quién no, de quienes envían corona, de quienes le dan sus condolencias, para después quitar el saludo si se tercia.
Con mis hermanos y primos contamos chistes malos y nos reímos para adentro. También envolvemos en el pañuelo rojo de Paco una botellita de calimotxo y la metemos en el cajón disimulándola debajo de su brazo para que se le haga más corta la espera. Un año casi.
Porque cada seis de julio, a las doce en punto, Paco resucita en la Plaza del Ayuntamiento, justo justo cuando se lanza el Chupinazo.