XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


CON OJOS DE NIÑO

Iván Parro Fernández

– A ver, Martín, léenos tu redacción sobre lo que has hecho este verano.

“A lo mejor no lo creeréis pero hay un sitio en el que cuando empieza a calentar más el sol del verano la gente se viste solamente de rojo y de blanco aunque ese espíritu les dure todo el año.

Se levantan al alba y se dirigen en grupos hacia un lugar llamado Cuesta de Santo Domingo donde solicitan ayuda y protección al santo y se preparan para realizar la carrera de sus vidas. A las ocho de la mañana (yo con algo de sueño) sueltan varias reses que son conducidas por las calles hasta una gran plaza. Los mozos ataviados con el pañuelo rojo al cuello intentan evitar sus astas como pueden. Muchas veces lo consiguen. Otras son atropellados y se hacen bastante daño.

Escucho muchos gritos, canciones, aplausos, incluso algún llanto. Me asusta un poco todo eso. Todavía soy un niño. No entiendo mucho. Sólo sé que el martes pasado mi papá salió a las calles con el uniforme sanferminero porque quería cumplir un sueño. Estaba feliz y dichoso. Eso es lo más importante de todo. Luego nos fuimos de pintxos”. 

EL ESCAPE

Jaime Padrón Benítez

Estuve inmerso en una atmosfera obscura, densa y aparentemente sin salidas.
El psiquiatra me había intentado rescatar con diferentes fármacos. Ninguno lograba cambiar los grises de mi existencia. Vivía al borde del precipicio de la autolisis.
— Jaume, estás en el cenit de la miseria… ¡huye! —me dijo un poeta valenciano
Le hice caso. Con la resaca de noches de whisky, tabaco, cannabis y cocaína. Me fui al aeropuerto y tomé el primer vuelo a España.
El Camino de Santiago fue mi meta inicial. Los primeros dos días caminando desde Oviedo fueron un alivio, pero en el derrotero escuché a unos peregrinos hablar de San Fermín y su poderoso chute de adrenalina.
No sé por qué mi brújula apuntó hacia Navarra. Abandoné el Sendero Primitivo —que para mí agnosticismo no encajaba del todo— y entonces me dirigí a Pamplona.
— ¡Ostia puta! —aprendí a decir— Correr frente a los astados, fue indescriptible. Los olores, los sonidos, los colores, y la gente, constituyeron una sinergia muy potente que me trajo de nuevo a la vida.
Para mi existencia, San Fermín ha sido un reseteo fantástico y liberador, sin usar ninguna sustancia externa que enriqueciera a los carteles de las drogas o a los laboratorios farmacéuticos