¡VIVA SAN FERMIN!
Ines Aparicio Agreda
Hoy, 7 de julio, lanzarían el chupinazo que daría inicio a los Sanfermines. Yo debía estar ahí. Debido al coronavirus, no se celebraron hace dos años, esta vez serían muy importantes.
Me desperté temprano desayunando tranquilamente. Cuando saqué la ropa blanca que había dejado en la lavadora anoche, esa calma desapareció. ¡La ropa blanca se había mezclado con el pañuelo rojo! No había tiempo. Fui a pedir al vecino ropa. Por suerte me dejó una camiseta y unos pantalones cortos. Me cambié rápidamente pues había perdido 30 minutos.
Había quedado con unos amigos en la Plaza del Castillo a las once para coger sitio antes del chupinazo. Por eso, cogí el coche y fui rápidamente. Como esperaba, había mucho tráfico y una fila de coches para entrar al centro. 10 minutos después, nada se había movido. Comencé a recibir mensajes de nuestro grupo de WhatsApp: había comenzado a llegar mucha gente y como quedaban 30 minutos. Sin pensarlo más, salí del coche y comencé a correr. Llegué al ayuntamiento a tiempo, encontrando a mis amigos entre la multitud en el último minuto.
Como dije antes, este momento sería mundial y no me lo perdería por nada, así que, ¡viva San Fermín!
EUFORIA
Sara Gómez
Doscientos cuatro carcajadas multiplicadas por doscientas cuatro sonrisas. Gargantas exultantes. Brazos abiertos sobre el monumento de la fuente. Clamor por la vida. Las murallas tienen forma de asta. Los ojos negros y brillantes del toro recorre despavorido sobre los polvorientos caminos. Anudados en nuestro cuello los pañuelos rojos de la vida. La pasión estalla en la piel y a lo lejos, las sombras de seis toros centellean como un rayo negro. Corremos, y somos como el viento que abre sus explosiones de colores. Su aliento trae consigo olores primitivos pero tan dulces e inolvidables: el olor de cuello joven, chupitos, éxtasis, euforia, cerveza, vino barato y humo.
Cantamos a coro: “A San Fermín pedimos, por ser nuestro patrón, nos guíe en el encierro dándonos su bendición”, y después estalla sobre nuestras cabezas un racimo de cohetes. Las seis astas salvajes apabullan el casco antiguo, y nosotros corremos delante del peligro. Corremos hasta quedarnos sin aliento. Es un desafío a toda regla. Un estallido de voces que flotan en la plaza. El toro embiste las vallas, y cientos de almas inquietas encuentran refugio tras ellas. Pero nosotros amamos esos cuerpos calientes y fuertes y el poder de su mirada, su silencio. El toro es arte.