EL ESPEJO
Paulino Fernandez Merayo
Vuelve a mi memoria el recuerdo de las huellas del pasado cuando me invade la nostalgia de todo aquello que retrasamos por falta de tiempo, sin saber que todo aquello por lo que suspiramos algún día se puede hacer real con tenacidad y constancia.
San Fermín se quedará mudo de nuevo y la historia de esos días pasará por delante de mis ojos cada vez que me levante por las mañanas, y al mirarme al espejo y ver mi cara reflejada en él, vea al niño que fui, al joven barbilampiño que se tenía que afeitar cada día para no sonrojarse delante de las chicas.
Ha sido un año difícil y tras mis arrugas cada vez más pronunciadas, mi pelo con mechones blancos que recorren toda mi cabeza y mi mujer con su sonrisa habitual, con esa fragilidad que nos invade nada más levantarnos, me hace un guiño de complicidad para que en julio nos vayamos de nuevo a nuestra casa de la calle Estafeta.
El santo seguirá con nosotros guiándonos en nuestro camino. Las cornadas han sido amargas pero no perdemos la esperanza en seguir formando parte de esta fiesta por muchos años más, aunque el espejo nos diga simplemente la verdad.
SARS-FERMÍN
Alfonso Fernando Quero Gonzalez
Fermín tragó los litros de saliva segregados a causa de la histeria, mientras un concienzudo nudo ballestrinque presionaba su boca estomacal.
Tras un lapso, llegado el preciso instante, echó a correr despavorido.
Los pasos inaugurales fueron de una velocidad vertiginosa y su resuello como los bramidos de las reses bravas que pisaban sus talones.
Desde la Cuesta de Santo Domingo accedió a la plaza consistorial. Recorrió aquel pavimento adoquinado con la mirada clavada en un horizonte que representaba el final de la vía.
Giró por la calle Mercaderes y, escoltado por los cenicientos edificios, enfiló Estafeta.
Consiguió evadirse.
Circundó la plaza de toros y dobló una calle. De súbito, se detuvo en un portal. Jadeando, con pulso trémulo, extrajo del bolsillo un manojo de llaves; abrió la puerta, cruzó el umbral y se adentró en su domicilio.
Rebasada la medianoche, ya 7 de julio, cumplía dieciocho primaveras. Firme en la promesa hecha a su difunto padre, fiel a la tradición familiar, infringiendo con nocturnidad y alevosía el pandémico toque de queda, perseguido por un vehículo de las fuerzas de seguridad que su imaginación quijotesca había promocionado a la categoría de astado, y al cual pudo dar esquinazo, logró culminar su primer recorrido sanferminense.