XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


CAMPANA INSONORA

Jose Candelario Moreno Rodriguez

Llevé hoy a la plaza seis toros y siete cabestros… También una radio casetera que gritaba una canción navarra, la cual caminó nauseabunda por el aire desde la cuesta de Santo Domingo, subiendo hasta la plaza del ayuntamiento y girando por la calle Mercaderes, para acceder con sus alas de cristal a la calle Estafeta que la conduce finalmente por el tramo de Telefónica hasta el callejón entrando a la plaza de toros. Será raro la corrida de hoy, se dijo, a cada toro le han puesto una campana, para que avise a los vivos que ahí va la muerte.

Esa tarde tomó el cable de la radio casetera, ese cordón umbilical que lo unía a la melodía de sus canciones. Bailó en la noche con la luna en su cabeza, hasta la madrugada, como lo hacen los adultos. Cuando el sol despuntó, disipó las sábanas blancas que rodeaban las montañas cerca a esta ciudad. Y desde la rama de un árbol, como un ruiseñor prendido de su pico por una telaraña, agitó su cuerpo contra las paredes invisibles del viento, como una campana insonora.

Y la campana del chaval retumbaba con una vibración mustia, porque había perdido “la carrera del encierro”.

 

AUNQUE TODAVÍA ESTÉ LLOVIENDO

Mikel Ruiz De Gopegui

La paloma se posó en un balcón del ayuntamiento. La plaza estaba casi vacía. Se agitó un poco para sacarse las gotas de lluvia. Su pequeño cerebro le mandó imágenes de fantasmas vestidos de blanco y cubiertos de champán. Solo fantasmas. Abajo, las personas, dispersas, aun llevaban la mirada descarnada y la boca cubierta. Un cuervo sobrevoló la plaza y comenzó a bajar en picado. La paloma levantó el vuelo y subió entre los tejados de la calle Zapatería. Paró unas cuantas veces, pero continuaba notando la presencia del cuervo. Llegó hasta una repisa en San Nicolás. Cruzó la Plaza del Castillo sin pararse a buscar ancianos tirando migas revenidas. Volvió a detenerse, agotada, en una baranda de una casa en la Estafeta. El cuervo trazó varios círculos y terminó apoyándose en la fachada de enfrente. Abajo, sobre los adoquines mojados, un hombre solitario estaba arrodillado con un periódico en la mano. La paloma descendió hasta su hombro y el cuervo atacó. El hombre saltó y comenzó a correr. Llevaba un pañuelo rojo al cuello y el aire y las gotas de lluvia en la cara le devolvieron el olor a sudor, alcohol y cuero, y volvió a sentirse vivo año y medio después.