7 DE JULIO
Jamel De Castro Magrabi
Era 7 julio. No se requieren más palabras para el significado de ese día en Pamplona.
Pero no todo el mundo esperaba ese día con entusiasmo. Había una familia, que odiaba las multitudes, y aun más, odiaba los toros.
Esos días del año, no salían de casa para nada. Vivían alejados del centro de la ciudad, por lo que gozaban de tranquilidad.
Ese día, había encierro y resulta que uno de los toros se despistó y se quedo rezagado, tanto que se asustó y decidió saltar una valla de protección espantando a todos los que se le cruzaban. Corrió tanto que nadie pudo alcanzarlo. Se metió entre calles hasta llegar a los bajos de la familia que más odiaba a los toros. Era una calle que acababa cerca de un barranco y el toro se vio atrapado.
El padre abre la puerta y se encuentra al toro, se miran mutuamente, y ambos miran a una multitud de gente que llega desde lejos. El padre abre los dos portones para que el toro entre y cierra las puertas.
La multitud llega al lugar, y viendo el barranco y sabiendo del vecino del al lado, acuerdan que el toro se habría despeñado.
EN BLANCO.
Francisco Javier Igarreta Eguzquiza
«Ya es oficial, por segundo año consecutivo las fiestas de San Fermín brillarán por su ausencia».
Así empezó su homilía dominical Don Anacleto, a la sazón párroco de San Lorenzo, antes de quedarse en blanco y
con la vista clavada en el confesonario del lado del evangelio. Allí desnudaba su alma , Alejandra «La zamba», carbonera de Navarrería. Henchido el pecho y con un clavel rojo en su blusa nívea, había acudido a honrar al santo moreno, consciente de que la suspensión de las fiestas dejaría su remesa de leña al albur de los rigores del invierno.
Cuando Don Anacleto volvió en sí, el coro finalizaba la jota de Madurga, oportunamente intercalada para cubrir su ausencia. Esperando que retomara el hilo, la nutrida concurrencia continuaba expectante, mientras el buen párroco miraba de hito en hito. Cuando vio a Rosendo, un muchacho malencarado y levantisco que siempre le decía «padre» con retintín, no pudo evitar pensar en voz alta : «Qué cosa puede haber más cristiana, que hacer la vista gorda ante la flaqueza humana. Después de todo, a cuánto puede ascender lo sustraído del cepillo de San Fermín?»