XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


PAÑUELICO, PAÑUELICO ROJO

Carlos José Quiaragua González

—Pañuelico, pañuelico rojo, seca mis lágrimas, y atrapa mis suspiros. Tantas alegrías, risas y sorpresas guardas de San Fermín. Ahora amontonas suspiros nostálgicos por Pamplona. Pobre de mí, papá, otro año sin los sanfermines.
—Ternura preciosa la nostalgia de las montañas de Navarra coronan tu mente. El próximo año estaremos celebrando el triunfo de San Fermín, con oraciones, fiestas y toros.
—Papá, que San Fermín interceda por todos.
—El glorioso Mártir, mi ternurita, nos llenará de bendiciones.
—Si papá, muchas bendiciones a ritmo de tambores, bailando, saltando y jugando con Joshemiguelerico, Joshepamunda, Esther Arata, Larancha-la, Toko-toko y Braulia.
—Te alegraste mi ternurita evocando a los gigantes.
—Regocijo papi con los gigantes, cabezudos, kilikis y los zaldikos al son de las gaitas y tamboriles. Tantos amiguitos y amiguitas que conoces paseando por la plaza Consistorial, los jardines de la Taconera y calles de Pamplona. Otro año papi que no vas a correr delante de los toros súper lejos ¡de ellos!
—En Pamplona 2022 pañuelico rojo.
—Pañuelico, pañuelico rojo, seca mis lágrimas, y atrapa mis suspiros. Que el próximo 2022 serán risas y bendiciones de San Fermín bajo el sol de Pamplona, el soplo bendito de las montañas de Navarra y con ¡churros y chocolate!
 

TREINTA AÑOS Y UNA PANDEMIA

Paloma Hidalgo Díez

Le conocí el día que empecé a trabajar en la farmacia familiar, un siete de julio. Él, tan rubio, tan sueco, y tan magullado, quería comprar tiritas. Su español dejaba tanto que desear como mi inglés, menos mal que las heridas de sus codos hablaban por sí solas. Me ofrecí a curar a aquel bravo corredor. Eran tiempos de mercurocromo y agua oxigenada. Una vez acabada mi labor de enfermería, no pude resistirme y con el antiséptico rojo estampé un hermoso toro en el níveo lienzo que me ofrecía su antebrazo. La verdad es que me quedó mejor el dibujo que la cura, pero él se fue encantado con ambos. Supuse que volvería verle durante las fiestas, y así fue, aunque tuvieron que pasar treinta años y una pandemia, para que ese sueco, mucho más canoso, y nada contusionado entrara en mi botica para comprar protector solar para su hijo, un ejemplo claro del poder de la genética. También me reconoció, los años han sido indulgentes, y al ir a pagar, se remangó la camisa y allí, en el mismo sitio que elegí para pintar había un tatuaje, un pequeño bote de Mercromina, idéntico al que guardo yo en mi caja de tesoros.