XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


DE MAYOR A MENOR

Noelia Gorbea Garnica

Incapaz. La noche avanza sobre mi cabeza. Una vuelta. Y otra. Más. El tic tac de mi cerebro se acompasa certero mientras la oscuridad se desvanece despacio. El amanecer brota sin pausa, reptando por el resquicio de la única ventana de la habitación. El sol calienta mis manos. Las mismas que se apoyan contra el cristal y lo atraviesan sin ni siquiera moverse. La alarma de mi único reloj de bolsillo se revuelve silenciosa. Las doce tienen ganas de salir. Gritan, saltan y se amontonan mientras el segundero me recuerda que aún me quedan 3 minutos. Tiempo de descuento. Un nudo robustece mi estómago, consciente de su absoluta incapacidad de tolerar ni una migaja más del bocadillo de tortilla que descansa sobre la mesa. Los segundos prosiguen y el desfile no aminora. Nervios a flor de piel. Es entonces cuando elevo la vista y me doy cuenta de cómo los últimos instantes se me escurren por el desagüe mientras la plaza sigue en silencio. Balcones cerrados a cal y canto sobre una fachada consistorial que hoy brilla a su manera. 6 de julio. Otra vez. Y todavía estamos en enero…  

DESCANSO ACCIDENTADO

Pedro Ran Pérez

Todo era fiesta y algarabía a mi alrededor, pero los pies me estaban destrozando. Llevábamos casi veinticuatro horas en las mejores fiestas del mundo y necesitaba un descanso ya. Me despedí momentáneamente de mis amigos, que seguían como si a ellos el cansancio no les hiciera mella, y me fui hasta la Ciudadela. Siempre me relajaba el contacto de la húmeda hierba en mis pies descalzos. Me senté; nada más quitarme las alpargatas, y sentir el contacto con el rocío, me sentí flotar. Pocos placeres se pueden comparar a esa sensación. Tras unos minutos que me revitalizaron como el mejor caldo casero, decidí volver a buscar a mis incansables amigos. Mi sorpresa fue cuando al enfilar la calle donde los había dejado no había nadie, y la sorpresa se transformó en miedo al ver a seis toros que venían corriendo hacia mí. No pude reaccionar, el pánico y el asombro me paralizaron como una liebre que se encuentra con los faros de un coche en mitad de la carretera. No había nada que hacer, iba a ser arrollado. Entonces la voz de mi amigo me salvó del trágico final que me esperaba: <>