EL AÑO QUE SOÑAMOS PELIGROSAMENTE
Carlos J. Marín Aguilera
Este año en la Consistorial no había nadie, así que imaginé: los adoquines temblando a zapatazos, la plaza rugiendo en color rojo y nosotros en medio, rodeados de sudor y energía, con la única distancia social del primer beso. Y es que si la vida no nos deja, pues seguiremos soñando. Hasta que nos despertemos. Hasta que vivamos, al fin, el año que merecemos.
LA DIVERSIÓN DE CADA AÑO
Ignacio Cortina Revilla
Este año los encierros son especiales: hay muchas caras nuevas que, en otras circunstancias, nunca hubieran corrido delante de los toros. Cosas de la pandemia. Al primer encierro siempre acude el peculiar grupo, que correrá a sólo unos pasos por delante de las afiladas astas de los animales, en las últimas posiciones de salida. Todos los años alcanzan airosos la plaza, con excepción hecha de uno de ellos, que es cogido y volteado por los toros un año sí y otro también.
Mientras hacen estiramientos, surge la pregunta que ya se ha convertido en una pequeña tradición. Este año le toca a Santiago.
—¿A qué altura será este año?
El hombre alto sonríe con malicia, mientras estira los brazos hacia delante agarrándose los puños. Luego, apoya las manos en las caderas y se dobla hacia el lado derecho y después hacia el izquierdo.
—Creo que este año seré bueno. Dejaré que alcance a ver la entrada de la plaza.
—Eres un poco cruel, Maestro…
—Recuerda que los caminos de mi padre son inescrutables.
Jesús mira de reojo a Judas. El infortunado hace calentamientos a una prudencial distancia, ajeno a la nueva jugarreta que le espera. Jesús se empieza a reír a carcajadas.