ESPERA
Santiago Munárriz Echarren
Espera San Fermín en la hornacina,
de los mozos su canción,
que al llegar a sus oídos
se convierte en oración.
Los toros en los corrales,
atentos, las ocho son,
esperando oír el cohete
para que se abra el portón,
que da comienzo al encierro,
el sumun de la emoción.
Piernas tensas, pies inquietos,
el aliento entre cortado,
el corazón palpitante,
es lo que todo corredor siente,
hasta que llega…
del encierro el mágico instante,
que mirando para atrás
hay que correr padelante.
Una plaza abarrotada,
todas las miradas
aunadas en una fachada,
en un reloj en su balcón
rebosantes de alegría
todos llenos de ilusión,
esperando que un cohete
rasgue el aire
y termine en explosión,
para dar comienzo a las fiestas
de San Fermín su patrón.
En el tumulto de músicas
destaca La Pamplonesa,
regia, señorial y suntuosa
que al escucharla
los tímpanos auditivos,
acarician y embelesan
con la misma suavidad y frescura
de un niño cuando besa.
Para quien conoce sus fiestas
todo esto sobraría
sea esto como prólogo
para todo el que Pamplona
se dispone a visitar.
Pamplona puerta sin llave,
que nunca se ha de cerrar,
Pamplona siempre espera
Con las puertas siempre abiertas
y sus brazos sin cerrar.
¡POBRE DE MÍ!
Pilar Alejos Martinez
Habíamos quedado para almorzar unos huevos fritos y magras con tomate, para después, a las doce, estar en la plaza del ayuntamiento para brindar con champán en el momento del chupinazo que daba inicio a los Sanfermines, pero no apareciste. Te llamé con insistencia. No respondiste a mis llamadas.
Cuando las charangas que acompañaban a las peñas comenzaron a tocar y empezaron las danzas regionales, te busqué entre la multitud, aunque fue imposible encontrarte. Me tomé el vermú con los amigos y les pregunté por ti. Nadie te había visto. Aun así, pensé que acudirías a comer con nosotros. Me equivoqué. Empecé a ponerme nerviosa. Jamás te perderías las fiestas sin un motivo justificado ni desaparecerías sin decirme nada.
De pronto, me vi arrastrada por las peñas que cantaban el Riau-Riau. En cuanto pude escabullirme, volví a llamarte al móvil. Saltó el buzón de voz. Aquello ya me pareció muy preocupante. Lo intenté de nuevo. Estaba tan enfadada contigo que pensaba dejarte un duro mensaje. Sin embargo, al tercer tono alguien respondió, pero no eras tú.
Habían encontrado tu coche accidentado en la cuneta. Te localizaron justo a tiempo, cuando herido, con el pañuelo rojo en las manos, ya entonabas el «pobre de mí».