XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


¡NOS VEREMOS!

Carmen Baos Ania

Vaya por delante que fue mi deseo y mi sueño. Fui yo quien pidió que al morir me pudiera reencarnar en algo relacionado con mis queridas fiestas. Y en un rapto de generosidad extraordinario, San Fermín me lo concedió. ¡Aquí estoy! ¡Ahora soy Braulia! la gigante negra, sin ningún tipo de connotación peyorativa. ¡Negra! ¡Black lives matter!… tan tristemente de moda este pasado año.
Me podíais ver rodeada de chiquillería, cabezudos y mis compañeros. Me habéis visto bailar, girar y pasear por las calles para deleite de mocetes y mayores, durante nuestras fiestas y en días excepcionales.
Y cuando vuelva a salir me veréis dos años más viejica, pero…¡No os preocupéis! Siempre estaré para vosotros y ninguna pandemia podrá con nosotros. Y en ese nosotros, me refiero a todos: gigantes y pequeños, oriundos y foráneos, hombres y mujeres, de todas las razas y credos, ricos y pobres… ¡Saldremos con más fuerza, y si cabe, con más ganas! ¡Os haré seguirme! ¡Os lo garantizo!
Mis fuentes de información son -¿cómo decirlo?- superiores, Por eso os aseguro que el año que viene NOS VEREMOS, y en algún lugar apartado de la fiesta, recordaremos llorando a los ausentes.
 

SOÑAR EN BLANCO Y ROJO

José Luis González Martínez

“¿Es verdad que callejeas engalanado en blanco y rojo?” Abdellah era saharaui, trigueño, tostado… Ganadero nómada allí y pastor aquí, en Aralar, desde que llegó no se sabe de dónde ni cuándo ni cómo. Sonrió. Largó un pletórico “uyuyuy”, y rió como un bebé cosquilloso. “Estas fiestas son estratosféricas. Lo sabes”. Le animé a que me contara y se animó a contarme. Comer y beber, a discreción. Empapado el día del cohete. “Me tiré desde Navarrería”. “¿De verdad?, no te creo”. “Pues créeme, Alicia”. “¿Y los toros?” “Me cogieron”.
Abdellah era un soñador. En el remanso de Alotza, entre balidos, escribía poemas en “hassani”, que luego, cuando bajaba a La Chantrea, nos traducía. Así que todos pensamos en uno de sus sueños, aunque respetuosos con su estatus de refugiado, lo dimos por bueno. Sacó una foto almorzando en Estafeta. Mogollón de mozos aireando botas. Otra, blandiendo el periódico en Santo Domingo. En blanco y rojo. Otra en Navarrería…, pero él, entre aquella maraña, irreconocible.
¡Qué colorido nocturno! ¡Qué helado de frambuesa! ¡Qué calimotxo fresco…! Qué cambio de tercio. Qué cama tan acogedora. Se desnudó. Me desnudé. Nos desnudamos del blanco y rojo. Le busqué alguna herida, rasguño, algo flamante… Nada que no conociera ya.