XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


MI PRIMER ENCIERRO

Liz Vivian Medina

Mi primer encierro
Mi corazón latía con la intensidad de un río caudaloso, mi respiración agitada, y mis manos sudorosas denotaban mi ansiedad, la adrenalina fluía por mis venas. Mientras, las calles se abarrotaban de gentío, y la algarabía se apoderaba de toda Pamplona.
—Faltan cinco para las doce —dijo un hombre, propinándome una palmadita en la espalda.
—¿Cuánto tiempo hace que corres hijo? —preguntó — es mi primer encierro repliqué.
—No es tarde para arrepentimientos — dijo con cierta picardía, negué con la cabeza.
—Vengo a cumplir una promesa, soy devoto de san Fermín —le dije mientras realizaba flexiones y saltitos.
—Sus astas son de esteeee tamaño —dijo, gesticulando con las manos, ya estaba bastante asustado y aquel hombre seguía parloteando echando más leña al fuego. Inconscientemente me santigüé con un Ave María. De pronto se oyó el chupinazo, divisé a lo lejos una oleada de gente corriendo como caballos sin jinete.
—¡Es hora, correeeee! —dijo el hombre lanzándose detrás de la valla protectora, no alcancé a decirle nada, pero habrá sentido la furia en mi mirada. Corrí sin parar, mientras 600 kilos de puro músculo se acercaban peligrosamente hacia mí, y… heme aquí, enfermera, frente a usted, dolorido pero bendecido y feliz.
 

TAMBIÉN SIENTEN

Lola Sanabria García

Estreno zapatillas. Regalo de Sara. Tuneadas. Ligeras. Tienen alas. Corro. Da igual si llego el primero o el último. El viento viene de cara. Frena. En un lateral, un pañuelo rojo se ha quedado enganchado a la farola. Cierro un instante los ojos. Me dejo llevar. Cantaría en alto. Puedo hacerlo. Puedo hacer muchas cosas a la vez. Pero Sara no quiere. Ya es bastante, dice, dejarte correr. Me concentro en la carrera. Pasa un astado y me roza. Un ligero desequilibrio. Nada serio. Salto como un muelle y adelanto por la derecha. El sudor empapa las camisetas de los corredores. En la calle del Correo caen dos y varios encima. El animal pasa cerca. Alguien le da una bota de vino a un corredor. Me miran. Es Hemingway, dicen. ¿Cómo es posible?, se preguntan. Los rebaso. Veo a Sara. Falta poco. Cuando llegue me dejará un rato disfrutar de las fiestas, me lo ha prometido, antes de llevarme a la habitación del hotel y desconectarme para recargar energía.
 

MADERA

Lucas Eza Moreno

La primera vez que me salvó la vida, fue un 10 de julio de 1984, contando con 20 años. En un traspié con un mozo que corrían a mi lado, quedé tendido en el suelo y, cuando intenté levantarme, vi su hermosa cabeza. Un “Osborne”, nombrado Rehilera, con unos pitones que se me antojaron enormes. Pude ver, o eso creí entonces, estiraba su cuello emprendiendo su carrera hacia mí. El caso es que ante la inminente embestida de aquella desaforada bestia, anduve listo de reflejos, agarrándome a uno de los tablones del vallado. Tirando con todas mis fuerzas, logré deslizar mi cuerpo justo a tiempo para quedar a salvo al otro lado del vallado. Pude sentir como su pitón derecho, rasgaba la pernera de mi pantalón, al tiempo que su bufido, quedaba grabado ya para siempre en mis vivencias. Sigo recordándolo como muchas de las anécdotas contadas año tras año durante los San Fermines. Y aquél tablón, como toda la madera que se emplea en el recorrido del encierro, ha seguido salvándonos, salvándome la vida, año tras año desde entonces, cuando unos días un poquito antes del chupinazo, me hago cargo como dueño de Maderas Aldaz, del montaje y desmontaje de todo el recorrido…