XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


MORRIÑA

Luís Vázquez García

Por fin dejo atrás esa sensación morriñenta, esa congoja del que está a punto de abandonar, de marchar y de dejar todo atrás, al pensar en la cuesta de Santo Domingo y en sus paredes verticales, donde está la hornacina del Santo, donde los corredores al llegar a la Plaza del Ayuntamiento deben tomar la curva a la izquierda al comienzo de la calle Mercaderes antes de llegar a Estafeta, esa calle sombría, húmeda, de colores grises, que provoca la caída de los toros, para llegar por último a Telefónica, donde la luz ilumina a los mozos y a unos toros cansados que acceden al ruedo pamplonés. 

MIRADAS

Luis Uriarte Montero

Cuando acabó el encierro, volvió hacia su casa, una mujer con mirada gris azulada, le miró, nuestro hombre se quedó pensativo y cabizbajo, ella, le había recordado a una mujer que estranguló con sus manos, delante de su hijo, por servirle la sopa fría, eso dijo ante el juez que le preguntó por el motivo de su acto, antes de ser condenado. 

ENTRE PITONES

Luis San José López

El 7 de julio nos encontramos en la calle Santo Domingo. Me enamoré, sin más. Estaba radiante, espléndida. Sus ojos eran redondos como una plaza de toros. Me clavó su mirada y quedé sangrando por una puya que me atravesó de parte a parte.
Pañuelo al cuello con nudo mago, faja roja, camisa y pantalones blancos, alma limpia, pies ligeros, una barrera de nácar en su boca y la impaciencia rebosando en sus enormes pechos. Se golpeaba la pierna con un periódico plegado en abanico. Avancé hacia ella, más y más. Le hubiera pedido perdón por el retraso, pero los dos enormes pitones que levantaban su camisa me dejaron sin palabras. Nunca vi semejante arrojo.
A punto de alcanzarla, la felicidad se me esfumó delante de mis ojos. Me vi sumergido en una marabunta enloquecida que se la tragó de repente. Creí perder el juicio. Enfilé la calle Estafeta y Telefónica. Retrocedí. Otra vez Estafeta y Mercaderes y Estafeta y Telefónica y un callejón umbrío que me arrojó a los brazos de una plaza enfebrecida. La busqué con la desesperación de un náufrago. Quería volver a sentir aquel momento feliz y efímero en que acarició mi frente con su periódico.