ENCIERRO EN CASA
Mª ángeles Sanchez-ostiz
-Mamá, ¿los toros corren solo por Estafeta?
Y mi madre no me contesta, sigue haciendo la comida. Quizás no lo sepa o quizás no me ha oído. Busco a otra persona.
-Papá, ¿los toros corren solo por Estafeta?
Y mi padre no me contesta, sigue arreglando la estantería que se ha caído. Y pienso: “quizás no lo sepa o quizás no me ha oído”. Salgo sin hacer ruido y busco a otra persona.
-Miguel, ¿los toros corren solo por Estafeta?
Y mi hermano no me contesta. Me mira con cara de puntapié y sigue jugando con la videoconsola. Él sí me ha oído, pero “quizás no lo sepa”, pienso, mientras salgo de “su territorioporsinolosé”.
Y entonces, voy a preguntárselo a una persona que sabe de todo y que siempre me contesta.
-Abuelo, ¿los toros corren solo por Estafeta?
Y el abuelo se pone el audífono y me dice que repita la pregunta.
Ay, Fermín, no. Suben por santo Domingo, siguen por el Ayuntamiento y Mercaderes. Después, corren por Estafeta hasta Telefónica y, de ahí, por el callejón, hasta la plaza. Verás,…
Y mi abuelo, que sabe de todo, que siempre contesta, me dice que me llevara al encierro.
NO PUEDE SER
Mª Teresa Arcón Romeu
Llevábamos veinte años disfrutando, primeros de las Fallas y después de lo Sanfermines.
Mi prima, fallera de su pueblo, muy aficionada a la pirotécnica, y mi primo, su marido Fede, músico de la banda, participaban activamente en la construcción de su Falla.
Nosotros disfrutábamos de su pasión todos los años.
Recuerdo cómo temblaba el suelo de la plaza del Ayuntamiento la Nit de la Cremá.
Recuerdo cómo se me erizaban los cabellos la primera vez que escuché el himno de su tierra, una noche cerrada acompañado por varias autoridades falleras y municipales.
Ellos disfrutaban el chupinazo, nuestra gastronomía, nuestra pasión por la calle Estafeta; siempre impecablemente vestidos de pamplonicas como dos críos de setenta años.
Lloraban con San Fermín en su jota.
Este año yo he ido a su pueblo. He ido a llorararles una oración. A ponerles flores de Pamplona en su tumba. A recordarles que están invitados a nuestra mesa de todo almuercicos callejeros de nuestras fiestas, que les reservaremos un sitio en el mismo banco de siempre en la capilla de San Fermín y que le besaremos de su parte.
Porque este año no van a venir.
El maldito Covid nos los ha arrebatado.
AHORA SÍ QUE FALTA MENOS
Maite Echauri Mayor
Son las ocho de la mañana y mi padre ha puesto la música de las peñas a todo volumen a modo de despertador. El sol brilla con fuerza, las puertas de los balcones de muchas casas están abiertas y el olor evidencia que están a punto de empezar con el almuerzo, seguramente esperando a los suyos con impaciencia.
Bailo con mi padre, abrazo a mi madre y me peleo con mi hermano por ver qué faja es la de quién. Sobre la silla tengo planchada la ropa, blanca como la cal, y el pañuelico rojo sobre la mesa como si de un trofeo se tratara. Me visto con nervios y me lanzo a la calle.
Un cosquilleo me recorre todo el cuerpo. La marea blanca se dirige hacia el centro de la ciudad. Se intuye la alegría, la ilusión, el jolgorio de pequeños y mayores, la emoción de cuadrillas que se reencuentran. Un sentimiento único. Inexplicable. Tan nuestro que solo lo entendemos los que llevamos por dentro a San Fermín. Todavía no me creo que esté viviendo este instante de nuevo, después del duelo que hemos vivido durante dos años. Pero por fin ha llegado, ahora sí, ahora sí que falta menos.